Duelo Richter-Mandelbrot

Caosmandelbrot

Caosrichter

Se trata de 2 fotos aparentemente tomadas de sendos cuadros de pintura. No se aprecian firmas, aunque el photoshop podría haberse utilizado intencionadamente para ocultar el registro de los autores.

Es posible que los últimos programas de inteligencia artificial sean capaces de reconocer en estas formas geométricas ciertos patrones en la gama y distribución de los colores, en la aleatoriedad de la distribución de los mismos, patrones característicos y reconocibles en determinados artistas y quizás los ordenadores llegarían a sugerir o postular autorías para las fotos, por un proceso similar al que nos identifica en las cámaras de los aeropuertos, pese a las ojeras, las patas de gallo, los ojos de no haber dormido en 24 horas o el rictus irascible que nos acompaña cuando nos pierden la maleta. De todo esto hablaremos más tarde.

Por otra parte, esas formas tan peculiares, tan sospechosas, podrían corresponder (en todo caso a escala microscópica) a estructuras cristalinas naturales, incluso de algún trozo de meteorito, a formaciones enfriadas de una fundición de metales en amalgama, o incluso se podría tratar de salpicaduras aleatorias de una mezcla de líquidos, según sea la foto, si bien es cierto que en aras de mantener la atención prefiero mantener la capacidad de sorpresa en la recámara.

Los tonos azules, violetas y negros, darían a la primera imagen un retorno emocional teñido de seriedad, de autenticidad, de paz, de aislamiento, de silencio, y, como contrapunto, nos podrían provocar un cierto cansancio, de aflicción y pesadumbre, hasta un ligero dolor de cabeza llegado el caso si lo miramos continuadamente.

Los naranjas, amarillos y rojos de la segunda foto podrían cargar en su debe algunas reacciones vinculadas con la energía, la vitalidad, la innovación, con la estimulación mental, y dado que no se prodigan en exceso en la foto al estar jalonados con azules celeste y otros colores, se podría colegir que la composición ha quedado razonablemente protegida frente a la ansiedad o el agotamiento, hasta un punto de euforia que transmitirían los citados colores en exceso.

Si hubiera que datarlas, y a falta de otras referencias, la primera foto se llevaría seguramente la palma de la antigüedad, ya que se nos muestra más fresca, vital y reciente la segunda foto, quizás porque alumbra trazos de algo parecido a un sentimiento amoroso, por contraste con la primera, que parece llevar el peso de una era depredadora de la civilización, antes de que Dios fuera amor, parafraseando a D.H. Lawrence y siguiendo a Joyce Carol Oates.

Pongamos alguna pega: El formato del borde, el límite rectangular, estándar en casi todas las fotos, en esta ocasión no me acaba de convencer, no marida con el contenido. El borde marca un corte abrupto con esa idea de continuidad de las formas que subyace en las 2 fotos, que parecen alimentarse de estructuras indefinidas, independientes, que se repiten con variaciones ajenas por completo a nuestra mirada, insolentes, tozudas, pareciendo despreciar encuadres, marcos, límites.

Las fotos a mi entender demandan un formato más universal, una superficie soporte más indefinida, que se pliegue sobre sí misma, que no tenga borde, algo así como una banda de moebius, o una esfera, o incluso como un ovoide de los que cincela y recubre nuestra intrépida artista Cristina Iturrioz.

El contenido de las fotos diría que pide expresarse, para ser entendido más allá de su apariencia, con algo más de las consabidas 2 dimensiones, quedando la foto como un mero testigo superficial de lo que vendrían a ser unas estructuras en profundidad, eso sí, desconocida.

Las 2 fotos, en conjunto, se presentan para el debate, nos intriga su razón, su identidad (¿son obras de arte?), su por qué, su valor, y se exponen al debate sobre un ring imaginario, en el que lo de menos es quién o qué originó tales estructuras o fue su padrino, en el que ni siquiera nos importa el resultado de la contienda, ya que no buscamos un ganador (después de todo, ¿qué habría ganado?) y lo interesante pasa a ser por un lado si a ese cuadrilátero se nos ocurrirá por nuestra cuenta subir a otros contendientes, amañar la pelea, y por otro lado, ¡cómo no! el entorno del combate, los pesajes previos, las apuestas, el espectáculo, los intermedios, la campana, la esponja, el sudor sobre la lona, los gritos de furia desatada al ver la sangre brotar de las heridas.

Haciendo abstracción del cuadrilátero de boxeo como si se tratase de un altar ceremonial, de un espacio privilegiado en el que las leyes de una nación quedan en suspenso, (en el transcurso de un asalto, cuerdas adentro, un hombre puede morir a golpes de su adversario, pero no es legalmente asesinado) sustituir boxeadores por obras de arte puede resultarnos útil: mejora considerablemente la nefasta opinión que nos quedaría al revivir la infancia homicida de nuestra especie en un combate real, y garantiza en su lugar un espectáculo incruento, un rito expiatorio, una eclosión de emociones, por qué no decirlo, tan primitivas, tan salvajes, como aquéllas a las que reemplazan.

Coloquemos, pues las fotos, a merced de nuestros instintos, de nuestros mejores golpes.

A propósito, o no, según que el contenido de las fotos esté hecho por humanos o provenga de otra fuente, lo cierto es que en los patrones, sobre todo en la primera foto, salpicada de apariencias lacerantes, agresivas, como si de restos de los aceros de espadas de remotas batallas se tratase, aprecio con bastante insistencia la sombra de algo errático pero ordenado, la magia de una paradoja a la que sólo las matemáticas sospecho que pueden ofrecer asilo.

Y esta sospecha me introduce de lleno en el mundo de fractales. Estoy hablando de composiciones aleatorias de elementos parametrizables. Estoy hablando de que la apariencia externa y visible de numerosas composiciones naturales (playas y costas, bosques, nubes, galaxias) o artificiales, se puede reproducir con formulaciones matemáticas, y visualizar, consiguiendo resultados en los que a duras penas se distingue el original de la simulación.

Mandelbrot, uno de los padres estudiosos de esta nueva geometría, considera fractal a aquel objeto o estructura que consta de fragmentos con orientación y tamaño variable pero de aspecto similar. En el cuerpo humano y en los seres vivos existen numerosas estructuras con geometría fractal, como las redes nerviosas, los vasos sanguíneos, las ramificaciones bronquiales.

La importancia que tiene esta geometría en el organismo es que permite optimizar la función de los sistemas debido a que en el mínimo espacio tienen la máxima superficie. Las estructuras de esta índole se aproximan a la complejidad y a la ausencia de linealidad existente en los procesos dinámicos de los seres vivos, y del cosmos en general.

Son estructuras capaces de “representar” la realidad, de formalizar mediante ecuaciones la complejidad de la misma.

Los fractales son figuras geométricas con un cierto patrón que se repite indefinidamente, y a múltiples escalas, y si uno las observa detenidamente descubre que ese patrón se encuentra en los componentes, y en las partes de los componentes, y en las partes de las partes, con una simetría recurrente, con autosemejanza, y así hasta el infinito. Al hacerles fotografías a estas estructuras a distintas escalas, la apariencia de las fotos será muy similar.

Los fractales se utilizan en ordenadores para reducir el tamaño de fotografías e imágenes de vídeo, y, tras ser descubierta en 1987 la denominada transformación fractal por el matemático inglés Barnsley, se abre una nueva era, al poderse detectar fractales en fotografías digitalizadas, algo así como tener en nómina a la madre de todos los photoshops imaginables…

Pero lo que en verdad me interesa destacar de entre las características de estos objetos, es que la geometría fractal consigue formas de una belleza estética casi indiscutible, incuestionable, que nos atrae por doquier, y que está directamente relacionada con el caos, constituyendo de hecho una representación gráfica del mismo.

Persiguiendo sin descanso las claves de esta atracción, de esa contrastada belleza intrínseca que acompaña a numerosos fractales, he rebobinado hasta encontrar una fuente que me inspira confianza al adentrarme en terrenos subjetivos.

Hay frases muy fecundas que sacuden nuestra tendencia a la atonía.
Una de las frases de Sigmund Freud es una de esas que evoluciona con el tiempo, que madura como los buenos vinos, que adquiere matices inusitados y sutiles conforme atesoramos conocimiento.

Viene a cuento en nuestra reflexión sobre el apasionante combate de estilos, de formatos, de texturas que el duelo de fotos plantea, y, sobre todo, de nuestras reacciones al referido combate relacionadas con la belleza.

Wo Es war, soll Ich werden“, que mal traducido vendría a decir:
Todo aquello de lo que somos conscientes, todo lo que conforma nuestro pensamiento, nuestras creencias, ese yo del que hablamos en primera persona, ese yo de Descartes, ese yo que afirma con rotundidad: “me gusta”, ha transitado previamente por las estancias de la psique que se encargan de los deseos o pulsaciones primitivas tales como el hambre, la agresividad, los actos irracionales, el sexo y la pulsión en su sentido más amplio, estancias responsables de las cargas emocionales más intensas.

Dicho de otra forma, toda la actividad del yo se desarrolla a partir de las semillas, de los contenidos, de los compañeros, de las sombras que previamente ya estaban en nosotros en una zona íntima desconocida, impenetrable, inconsciente, en la que se fraguan sueños, destellos de ideas, de pulsiones.

Si se aclara en negativo, la premisa diría que NO existe ninguna reacción de atracción o de repulsa consciente hacia un objeto como una obra de arte en nuestro caso, que previamente no haya tenido un periodo de maduración embrionario en el terreno inconsciente.

Me gusta, o no me gusta, se trataría pues de una consecuencia de que al contemplar una obra, ésta nos devuelve distintos “ping“, como si de un sónar de submarino se tratase, sumergidos, que bombardean instantáneamente nuestro salón de las pulsiones, que acarician elementos dormidos y los activan mucho antes, en términos neurológicos, de tener formada una opinión consciente sobre la obra.

Esto explicaría con bastante fiabilidad el por qué algunas obras, cuadros, fotos, esculturas, nos conmueven a unas personas y a otras en absoluto, o nos provocan otros mal llamados “sentimientos”.

Por resumir: estas fotos me gustan. (¿Nos gustan a todos?). Me atraen por diversos motivos, que a duras penas soy capaz de concretar; me han herido, vale decir, me han provocado reflexión, y me gustaría recobrar la entereza entendiendo la naturaleza de la amenaza, si es que existe, o de la simple llamada de atención, detectando si ha habido pasividad o fortaleza en mi sistema inmune a la hora de filtrar el contenido de estas fotos.

Porque, ¿Qué hay detrás de esta pareja de fotos que concitan tal simpatía, algo así como un dejà vu que suena familiar, una sensación de que forman parte del mundo que puedo asimilar, y que la digestión ha de ser provechosa, cuando hace tan sólo unas décadas nos parecerían incongruentes, faltas de sentido, sin valor artístico?

¿Cómo ha podido devenir la idea en nuestro imaginario colectivo de que este tipo de “obras” es acreedora de una atención, de una consideración, de un estatus que las sitúa prácticamente al mismo nivel que las tradicionales obras de arte?

Aventuro que la respuesta tiene que ver más de lo que parece con ese gato que está vivo y muerto a la vez, con esa incertidumbre en que nos han instalado los filósofos, los físicos teóricos, los psicólogos, con esa desaparición de los límites, de las fronteras, con esa complejidad creciente, con el teorema de la incompletitud de Gödel, con la desaparición del infierno y la caída en desgracia de las verdades inmutables. Con ese caos al que se da categoría casi divina, al hacerlo responsable de multitud de fenómenos ordinarios o extraordinarios, vengan o no a cuento.

El caos está de rabiosa actualidad. Es coetáneo. Lo asociamos con la política, con la suerte que nos depara la vida, con las enfermedades, con el crecimiento de las ciudades y de los tumores, con las fluctuaciones de la bolsa, con los terremotos y catástrofes, con los objetivos terroristas, el caos impregna de hecho nuestro escenario de realidades externas, de conocimiento complejo, de actitudes, de verdades.

El caos convive con una sociedad cada vez más consciente del mismo. Nutre nuestro imaginario con ejemplos, con imágenes. Se ha convertido en algo familiar y por tanto aceptado en nuestro inconsciente (tras vencer en singular batalla la rémora de siglos instalada en la causalidad, en la lógica aristotélica); y por eso al detectar inconscientemente en las fotos alguna de sus representaciones, nos atrae, nos gusta, sentimos una vorágine de apoyo, ¡nos hemos instalado en la modernidad!.

El caos está y ha estado presente en el amasijo de lavas, de simientes y detritus de los creadores artísticos desde hace tiempo, de suyo en la vanguardia anticipándose a las realidades sociales.

De su mano he traido estas fotos. En un caso está obtenida con ordenador, generada íntegramente a partir de formas parametrizables en su textura, color,, etc. El resultado aporta un digno granito de arena como continuación al melón abierto por Benoit Mandelbrot y otros con sus trabajos sobre fractales y sobre el caos.

En el otro caso, se trata de un cuadro del artista contemporáneo Gerhard Richter, excelente icono para estos andurriales.

 

Antonio Crucelaegui blog 2016