Enojos en la cara oculta

 

Un ensayo, un poema, una novela, un vídeo colgado en  youtube, una clase grabada online, son ejemplos de pequeñas creaciones, que vienen a ser acontecimientos irrepetibles producto de las habilidades de la mente humana.

Cada vez que se lee un escrito o se ve un video, podemos considerar que se reproduce. Cierto es que no tiene por qué evocar todos los matices e inflexiones que acompañaron al autor en el momento de su creación,  pero aceptaremos que la reproducción mantiene la esencia de la obra, soi disant.

La cuantía de las reproducciones, la “carga vírica”, interesa sobremanera a las editoriales y a quienes ostentan derechos de autor, o a las compañías de publicidad que generan ingresos vinculados a la reproducción de contenidos en la red.

En esa carrera de posmodernidad en la que estamos inmersos, la difusión y venta de libros en soporte de celulosa, las librerías, las bibliotecas, todo ese sistema en definitiva que preservaba el acceso al conocimiento  garantizando el anonimato de los lectores está llamado a desaparecer, a convertirse en rareza de museos, en activo de coleccionistas.

Y ello porque ahora como individuos tenemos cada vez más restringido el conjunto de actividades que podemos acometer sin dar cuenta de ello, con pelos y señales, a algún dispositivo informatizado, en el que se acaba uno confesando, en el que quedamos perpetuados para la posteridad en el “ámbar” de los circuitos electrónicos. El eslógan que caracteriza todo esto sería algo así como: Haga vd. cuanto desee, pero hágalo conectado!. La red es el instrumento por excelencia de los tentáculos del Gran Hermano.

En un mundo en el que soportes cibernéticos acumulan todo tipo de estadísticas de usuarios, de datos y circunstancias, en el que los programas son capaces de establecer correlaciones que sonrojarían al mismísimo Pearson, ¿Qué deviene obligatorio? : El registro, en tiempo real de cuanta actividad pueda estar relacionada con el hecho en cuestión (la lectura de una obra en nuestro caso), y con sus incautos actores.

Antaño la identidad de un lector no era relevante. Permanecía en el más estricto anonimato. A lo sumo entre ellos se confesaban ser seguidores de tal o cual autor, o haber leído algún escrito o poema concreto.

En la actualidad toda la maquinaria se conjura para identificar y escudriñar al individuo, al ciudadano. Qué ha leído, cuándo, qué otras actividades hacía simultáneamente, en qué gasta su dinero, con qué medio se traslada, qué trayectos realiza, qué muestra su VISA, con quiénes se relaciona por correo, por tfno, íntimamente, cuál es su grupo de amigos, qué tipos de mensajes se intercambian, qué ideología política destila, etc, etc.

A mayor difusión, a mayor éxito de la obra o pieza que se reproduce, cuanto mayor es el “contagio”, el teatro del consumo se ve reforzado y respira aliviado sobre cómo van las cosas, esas cosas que la gente de a pie no tenemos ni idea de cuáles son, ni de por qué nos dirigen hacia ellas, o nos las ocultan, ni hacia dónde nos llevan, pero sobre todo, quedamos ignorantes sobre las transformaciones que producen en nuestra psique, en ese juego de falta una silla al que nos obligan a jugar de continuo, y en el que nos mantienen ocupados y a ser posible ciegos, no vaya a ser que mientras damos vueltas como zotes, alguno atisbe de reojo, en un destello, la silla que se llevan y caiga en la cuenta de la importancia que tenía y del sostén que ya no aportará.

Pero no venía yo a reflexionar sobre los derechos de autor o sobre la estupidez de premiar con el famoseo a quienes filman sandeces para consumo de borregos, ahora que estoy tan alejado de esa civilización a la que critico.

Me apetecía contar algunos recuerdos recientes, confesarme ante la grabadora antes de que se pierdan en la vastedad de los olvidos. Paso horas incontables contemplando esa inmensidad negruzca que titila, ese firmamento estremecedor que solo escucha mis lamentos, pero apenas devuelve más que frío y muerte.

Me siento solo, aquí en la Base Chang’e 8. Todos los días alzo la vista en vano buscando esa imagen redondeada de mi precioso planeta azul, con sus masas nubosas jugueteando, imagen que nos acompañó en el viaje al venir, en la misión internacional Xin para instalar en la cara oculta de la luna una base de investigación en computación cuántica.

Dinero chino, mayormente, tecnología mixta, de la ESA y del CNSA, Administración Espacial China.

Técnicamente me acompañan tres cosmonautas. Los taikonautas Zhang Long (Long significa dragón, lo que facilita el apodo) y Chi Xue (estanque nevado, con una posible relación con lo que aquí nos llevamos entre manos, ya que el fondo del cráter de impacto está helado, desconociéndose la profundidad de la capa congelada), y el finés Heikki Korhonen, al que suelo llamar cuando estamos a solas Enrique Cojones, para su desesperación.

El idioma oficial es el inglés, y en la práctica chapurreamos (eso no es comunicarse, es farfullar) en finchinglish. En cuanto a la comida, recoge lo peor de cada continente, triturado y compacto.

Se nos dijo que se trata de una misión muy importante para la humanidad; dudo mucho que lo esté siendo para mí, sin aseos propios, ni café, ni Orfidal, ni un Ribera, ni un Albariño, y sin visos de que el remplazo llegue pronto.

No sabría decir con quién me llevo peor, aunque al menos con Heikki tengo dos o tres puntos en común: compartimos un escepticismo profundo, nos fascina el Sol y nos apasiona hacer piruetas en las vías ferratas. Los primeros días únicamente nos ofrecíamos voluntarios para acercarnos con el rover a revisar los paneles solares que alimentan la Base y que se encuentran algo alejados de la misma.

El trayecto hasta los paneles venía siendo la alegría de la huerta, casi media hora sin dirigirnos la palabra, pero merecía la pena el contacto visual con el astro, casi cegador pese a la visera de la escafandra. Han sido y siguen siendo momentos mágicos en los que me inunda una emoción indescriptible, de fusión con el Universo, y en los que me alegro de que Enrique disfrute de un breve paseo.

Los cuatro formamos un equipo, el “team Xin” (confianza) que acumula cientos de sonrisas forzadas en fotos y reportajes previos a la misión. Ya le vale al menda que propuso el apodo: se necesita haber estado realmente inspirado para bautizar “confianza” a este equipo integrado por inadaptados recelosos y paranoicos, por narcisos resentidos que ya han dañado dos escafandras a base de aporrearse a golpes en sendas disputas y broncas personales en trabajos rutinarios, y saboteado casi a diario (esas cosas se acaban sabiendo) las actividades y cometidos de los compañeros como si de un deporte espacial se tratara. Y no me importa dar un paso al frente y confesarlo.

Yo lo achaco a problemas de comunicación, a que no nos entendemos. Al menos yo, vaya. Las órdenes desde la estación orbital llegan con un soniquete cantonés que me pone de los nervios, y el retorno de voz desde la tierra, en inglés, es escaso y se hace eterno. No es de extrañar que a raíz del alunizaje, las fotos con bicho se hayan vuelto escasas, y las miradas entre nosotros, perturbadoras. Quizás haya influido en esta desconfianza el hecho de que destrocé con un teodolito el móvil de Xue en uno de sus selfies …

Todo empezó en la primavera anterior a la visita inoportuna del dichoso virus.

Conocí a Pedro Duque en un acto de la Comisión de Defensa del IIE, y tras charlar sobre el tema y ofrecerse como intermediario, recibí una invitación formal del astronauta Frank de Winne, para visitar en profundidad, durante dos semanas, el Centro Europeo de astronautas que dirige, el EAC, en Colonia, Alemania.

Una vez allí me explicaron que los novatos que desean reunir las condiciones para ser astronautas tienen que aprobar un curso de entrenamiento básico de un año de duración y a continuación cursan otro año de entrenamiento avanzado, en el que conocen más detalladamente los componentes de la ISS, los experimentos, los vehículos de transporte y también se familiarizan con las técnicas de submarinismo y con la ingravidez participando en vuelos parabólicos.

Todo esto resultaba muy interesante, si bien no acabo de comprender por qué a los ocho días comenzaron a presionarme para que me quedase en el Centro con ellos, asegurándome que en un tiempo récord (llegaron a mencionar que en 3 meses!!) podría superar todas las pruebas y participar como astronauta europeo en una misión conjunta con China, una misión con perfil bajo de publicidad, y con unos objetivos espectaculares, que a la sazón acabaría por incorporar una sorprendente agenda oculta.

Lo cierto es que desde el primer día en el EAC hice muy buenas migas con los astronautas italianos Umberto Guidoni, Roberto Vittori, Paolo Nespori y Luca Parmitano, siempre dispuestos a aportar originalidad y frescura a los aburridos protocolos alemanes.

Su osadía llegó a tal (y de esto me enteré dos días antes del lanzamiento) que mientras estábamos en una charla conferencia sobre los brazos robóticos y las simulaciones de escenarios en la luna con realidad virtual no sé muy bien si fue Luca o Paolo, o los dos al alimón, quienes alteraron por completo en el ordenador del supervisor de astronautas los resultados de mis pruebas físicas, psicológicas y de conocimiento, pruebas que formaban parte de la visita programada.

Hoy sospecho al pasar revista a los acontecimientos que esa falsificación de datos de mis pruebas no fue un hecho aislado, sino que ha continuado de manera persistente.

Desconozco si han actuado motu propio, montando una broma gigante, o si su malicia estaba dirigida, y me inclino a sospechar que los americanos estuvieron detrás de mi elección, cada vez lo tengo más claro, porque vieron en mí una oportunidad excelente de introducir un caballo de Troya en la misión que ellos consideran china para desbaratarla, para cargársela desde dentro. Y puede que estén en lo cierto.

Sí, barrunto que se fraguó una conspiración en torno a mi selección como astronauta, y todo salió rodando en el EAC, demasiado fácil, demasiado rápido, aprobándolo todo, cuando mis actuaciones no pasaban de mediocres, cuando no podía terminar las pruebas de buceo!! Un astronauta con problemas respiratorios!! Y luego estaba la competencia feroz, científicos embutidos en cuerpos apolíneos!, entrenadores personales al encuentro de su tercer Máster!! ¿Y acabé viniendo yo?.  ¡Venga ya!.

Todo sucedió como en las películas de Hollywood en las que al protagonista le ponen los semáforos en verde, hackeando los ordenadores de Tráfico, y el pringao se cree que está teniendo suerte!!.

Con la experiencia de varias misiones de sondas Chang’e a la cara oculta de la Luna y del lanzamiento y puesta en marcha de la estación espacial Tiangong, los chinos se propusieron dar un salto cualitativo en su programa espacial e instalar un equipo de computación cuántica en las profundidades de un cráter lunar que nunca recibe rayos solares, cuyas temperaturas medias rondan el entorno de los -180º, y descienden en picos hasta los -240º, ideales para los manejos de Schrödinger que nos llevamos entre manos.

El consumo de energía de los ordenadores cuánticos es enorme, y prácticamente toda esa energía se utiliza para refrigerar los dispositivos para que las partículas interaccionen en las proximidades del cero absoluto. El procesador cuántico es por consiguiente, en la tierra, un potentísimo congelador.

Si ya estamos a 200 bajo cero, apenas requerimos energía, y menos refrigeración para que el aparato funcione. El testigo de los problemas se traslada ahora a la comunicación de los datos. Pero, ¿y si en una misión posterior se consigue “entrelazar” cuánticamente los qbits de la Base Chang’e con otros en la tierra que gestionen los datos a procesar y los resultados?.

La idea en sí es fascinante, y a tono con ella están los numerosos retos a los que se ha debido enfrentar el cuerpo multidisciplinar de científicos, desde conseguir materiales que soporten el trabajo a esas temperaturas hasta la impresión in situ en 3D de todo tipo de edificios, robots, herramental (incluso cables!!) con el propio material lunar (regolito) como agregado, por citar solo algunos.

Siguiendo la máxima de que quien controle las islas de la luz del polo sur (zonas poco extensas, en las crestas de los cráteres con más de 320 días al año de exposición solar continua) controlará la Luna, nuestra nave partió del cosmódromo de Kourou, en la Guayana, con tres incautos abordo, alcanzó y se ensambló a la estación Tiangong para reabastecerla y recoger a Zhang Long, y se dirigió sin demora hacia el polo sur de nuestro satélite, donde alunizó en las proximidades del cráter Faustini, a poca distancia del lugar previsto.

Allí plantamos las banderas de los Reyes Católicos en forma de estrellas amarillas, 5 de ellas sobre fondo rojo y 12 sobre fondo azul (tanto monta, monta tanto) y tras reponernos del susto de seguir vivos proseguimos con la Odisea.

Primer cometido: Asegurar suministro de energía

Destaco en esta fase el despliegue e instalación de los paneles solares de abordo en la cresta del cráter, y la recogida de regolito lunar para alimentar las impresoras 3D (para fabricar más estructuras de paneles, a colocar a unos 2.000m aprox. de los primeros, como redundancia y prevención frente a los impactos de meteoritos). Las muestras de regolito son recogidas por Yumbo, un robot articulado tipo exoesqueleto, y analizadas para conocer contenidos en cromo, aluminio y otros metales que aconsejen un uso preferente en la impresión. Las muestras fueron etiquetadas sobre el terreno, en una especie de almacén improvisado.

Dragón y Nieve se muestran muy recelosos con sus paneles y conexiones. No comparten nada ni dejan que toquemos nada. Deben pensar que todo esto es un exámen diario, y no están dispuestos a que saquemos mejor nota que ellos y les castiguen sus jefes (o eso o tienen instrucciones en mandarín de no darnos ni agua).

A Quique Cojones se le adivina que añora reunirse con sus parientes en el fondo del cráter, allá abajo, donde reina la oscuridad y el frío glacial, y el que suscribe saca fotos, por hacer algo, lo del almacén de piedras lo dejé como lo dejé, y no lo pienso cambiar, ni que fueran las ruinas de Samotracia.

Me llevo bien con Yumbo. Aprecio su lealtad, un atributo escaso entre los lares terrícolas. Tantas horas a su lado, en este entorno hostil, me están impeliendo a reformular mis conceptos sobre la amistad.

Segundo cometido: Instalación de la Base principal

El cráter de impacto de Shackelton parecía el cráter más idóneo para la misión, todo el mundo hablaba de él en los foros y mentideros especializados, pero debe existir algún acuerdo tácito amistoso de los chinos para no molestar y dejárselo a los americanos.

Faustini no queda lejos, es más pequeño (frente a los 20/km de diámetro y 4 de profundidad del Shackelton) pero es mucho menos escarpado que aquél y está provisto con unas reservas significativas de hielo en su fondo, golosas como para utilizarlas no sólo como fuente de agua, sino para obtener hidrógeno y oxígeno, propelentes clave para futuros viajes desde la Luna. Ahí tenéis quizás la razón oculta, la madre del cordero!, visión a largo plazo, control de los recursos esenciales, ¡esos ojos achatados parecen estar siempre escudriñando el horizonte de sucesos, para sobarlo, para aturdirlo, para terminar cabalgándolo !.

Descendimos hacia un punto escogido en los mapas cartográficos trazados por las sondas precedentes; unos doscientos metros hasta llegar a una pequeña altiplanicie, salida natural de un enorme tubo volcánico, de unos cien, ciento cincuenta metros de ancho y 60 de alto, suficientemente profundo como para situar allí la Base y sus ampliaciones, al abrigo de los impactos, y con temperaturas razonables y la entrada de la gigantesca gruta bañada de continuo por los rayos solares.

Los picos situados en el borde superior del cráter están expuestos a la luz solar de forma casi continua (allí situamos los paneles) mientras que su interior profundo permanece perpetuamente a la sombra, en lo que se denomina un cráter de oscuridad eterna.

Mantuvimos quince días una impresora dedicada únicamente a construir los muros, paramentos y protecciones de los edificios de la Base, y a dos robots que auxiliaban a Yumbo montando el mecano de regolitos, bajo la bóveda protectora.

Cada astronauta disfruta ahora de privacidad en su propio cubículo, y de unas horas al día con aire ambiente, sin escafandra, pero han sido días muy duros durmiendo en la nave hacinados, y sin poder echar ni una partida de cartas, ni jugar al veo veo (Heikki conoce los nombres y las posiciones de más de 400 estrellas y a veces me pregunto si es capaz de recordar los nombres de 20 de sus semejantes).

Tercer cometido: Instalación del sistema de computación

Desde la altiplanicie de la Base Quique y yo montamos una tirolina de cable extra resistente en un único tramo con dieciséis apoyos intermedios fabricados a medida en 3D, como si se tratase de un telesilla extra fino en una estación de esquí.

La verdad es que necesitamos dos intentos para el tendido y tensionado de las catenarias de la tirolina: en el segundo corregimos el trayecto inicial en unos 400 metros, y colocamos otros anclajes. La distancia total hasta el fondo aumentó, pero el trayecto nos pareció mucho más seguro, y el cable de seguridad que tendimos junto a la tirolina tenía una caída natural, sin tensiones ni zonas peligrosas.

El cable y los apoyos debían soportan según diseño un peso máximo de 300kg, para que el peso de la bobina de cable en la nave no se disparase, lo cual no es mucho si tenemos en cuenta que la gravedad en la Luna es la sexta parte que en la tierra, pero tampoco permitía desplazar equipos pesados en cada viaje, ya que con los trajes y el herramental Heikki y yo ya nos íbamos a los 240 kg.

Por la tirolina bajábamos y subíamos ambos en una canastilla como la que usan en las minas, que nos construimos exprofeso, con un ingenioso apoyo que se sujetaba al cable y “saltaba” limpiamente al llegar a los apoyos, sin disminuir la velocidad.

Me consta que los dos disfrutábamos de los 60 minutos de bajada y los 80 de subida, éramos felices allí, suspendidos en la oscuridad, alternando entre un infierno a cubierto sin escafandra, en la Base, y otro infierno en el abismo de hielo y negro, con la muerte acechando a 200 grados bajo cero en cada poro del traje.

Si el miedo tiene nombres, la tirolina está enhebrada a ellos, cientos de gritos ahogados, tensos silencios rotos por comentarios de críos de risa fácil, como cuando fantaseábamos con despeñarnos y con que obligasen a Dragón y a Nieve a recoger nuestros cuerpos y a llevarlos a la Base. No sé por qué esta idea, hacerles esa putada a nuestros colegas chinos nos hacía reir cada vez que la balbuceábamos. O sí lo sé, era nuestra forma de burlarnos del acecho de la muerte.

Y digo balbucear porque hablar, lo que se dice hablar y pronunciar vocablos no éramos capaces de hacerlo a partir de los 500 metros de descenso; la temperatura exterior a veces marcaba lecturas inimaginables, y los trabajos en el lecho del cráter, sigo sin comprender cómo pudimos hacerlos, de qué tamaño era la osadía que nos franqueó ese destino…

A Dragón y a Nieve no parecía hacerles ni pizca de gracia que bajásemos los componentes del ordenador al grito de ¡¡Jerónimooo!! y tuvimos que soportar varias broncas hasta que desde la Estación Espacial se nos autorizó nuestros alocados descensos “en beneficio de la misión y para refuerzo de Xin”.

Al cabo de tres semanas Xue se quedó de guardia en la Base, y Long, Heikki y yo tuvimos nuestro momento de gloria con el arranque en pruebas del computador cuántico y sus dispositivos adyacentes, todo ello ubicado en un pequeño montículo resguardado por un saliente enorme en voladizo, algo fantasmal, posiblemente formado hace millones de años por solidificación diferencial de los flujos magmáticos, según los entendidos en oquedades.

Solo aguantamos abajo 12 minutos, que se me hicieron eternos, y consideré que al margen de la satisfacción por el éxito alcanzado, demasiado estaba arriesgando la vida por una máquina cuya trabajo consiste en pensar Si, No, SI y NO, y ni SI, ni NO.

Ese día Dragón estuvo simpático, dicharachero, sonriente, se diría que la presión que soportaba había desaparecido, quizás porque su cometido principal en la misión era el correcto funcionamiento del computador.

Atrás pareció quedar el resentimiento que días atrás mostraba hacia Heikki, a raíz del episodio de la caja de herramientas, y es que Cojones tiene mucho carácter, le ves ahí, muy contenido, impertérrito, y de repente va y explota, como el día en que se enfadó con Long y le tiró la caja de herramientas por el barranco.

A la mañana siguiente Long le increpó a Quique con la caja de repuesto, levantándola en alto, como advirtiéndole y a la vez recordándole. Ni corto ni perezoso, Heikki fue a por Long, le arrancó la caja de los guantes del traje y se la volvió a tirar por el barranco. Estuvimos dos días imprimiendo herramientas e inventando excusas e historias para no dormir a la Estación Espacial.

El semblante de Xue, en cambio, cuando retornamos a la Base fue mudando poco a poco desde la alegría inicial hasta convertirse en un poema.  ¿Qué sombríos augurios reflejaban su rostro?. ¿Acaso ahora le tocaba el turno a él, acaso sentía el peso de la responsabilidad?   ¿Cuál era su verdadera misión, no explicitada en ninguno de los documentos, ni en los de referencia (detallados) ni en los de embarque? ¿Qué diantres hacía allí un experto en química del hidrógeno y en balística intercontinental?.

Aún bajé con Heikki cuatro veces más, desde el primer arranque satisfactorio, a supervisar que todo iba según lo previsto con la versión moderna de Hal, el cabroncete de la Odisea 2001. A partir de ahí la tirolina quedó vetada para los ojos y arneses europeos, y nuestros colegas asiáticos se fueron adueñando del trabajo de minería en las entrañas de Faustini.

Algo interesante les debía ocupar, porque no paraban de fabricar afanosamente con las impresoras 3D y de bajar a continuación sensores, catalizadores, cámaras de vacío, recipientes a presión, y hasta un equipo de descontaminación química!

Mucho me temo, al haberles visto manipular pequeños contenedores de aluminio y trazas de galio, indio, estaño y bismuto seleccionadas de los regolitos, que estén almacenando una reserva de hidrógeno, usando hidróxido de aluminio e hidrógeno (Al-H2O) activado con aleaciones metálicas que dan estabilidad a la obtención del hidrógeno.

Este proceder explicaría el canguelo de Xue, forzado a manipular en soledad, a 200 grados bajo cero, un gas altamente volátil y explosivo.

Solo espero que con sus tejemanejes no contaminen el hielo para consumo que extraemos del fondo, uno de nuestros mayores logros, con un simple aparato de corte que instalamos en el primer descenso y que nos ha venido aportando regularmente cubitos diarios a razón de quince o veinte litros de agua una vez descongelados.

Por lo demás estoy inapetente con la bazofia racionada que nos toca en suerte, con esa mezcla de sabores y texturas comprimida que me recuerda una y otra vez al material extruido de las impresoras, como si fuésemos máquinas de producir regolitos nitrogenados y pestilentes.

En consecuencia he perdido varios kilos de masa muscular. No me tomo en serio el programa diario de ejercicios y solo me activo con la idea de que queda poco para que envíen el remplazo, que debo sobrevivir, que debo luchar.

Ya quiero volver, en serio, el frío es insufrible y las bromas de Long todavía más. Añoro la tortilla de patatas, el bocata de jamón ibérico, las caricias de mi chica, la boina de Madrid y hasta la telebasura. 

En el cubículo que habilitamos para gimnasio, algunas mañanas me acomodo inmóvil en la sencilla bicicleta estática impresa aquí mismo; lanzo la mirada perdida hacia la entrada de la gruta, inundada de rayos de luz en un festín de colores de fuego, y me quedo absorto contemplando la majestuosa escena, dejándome ir al encuentro de esos rayos, fusionándome con esa energía abrumadora.

  • Pareces distraído,Ánton.

  • Todos estamos alguna vez en la Luna, Cojones, y algunos peregrinamos a ella a menudo.