Baile sideral

Avanzan con sigilo hacia un destino incierto.

Se encaminan, sin saberlo, hacia un inequívoco encuentro; predecible según la ley de la manzana, esa cita en el firmamento bajo la atenta mirada del pasado de las estrellas.

Se dejan llevar por su inercia al recorrer el vasto cielo, sin reposo, en calma tensa, desconociendo razones o dioses que patrocinen su periplo, o si este viaje lo realizan por merecer un castigo, o porque en esta época en la bóveda andan faltos de peregrinos.

Son dos cuerpos siderales, dos objetos errantes, dos maravillas forjadas con restos de estrellas, con esmero, con paciencia, que atesoran roca y fuego, que saben de lágrimas y de incendios provocados, que palpitan voluptuosos, que no temen su devenir, y con avidez devoran conocimiento a su paso, ansían saber.

De sitios remotos provienen.  En su momento rompieron algunas cadenas que les sujetaban a lejanos sistemas planetarios, en cuyo seno se formaron en otro tiempo, así es que ¿a quién le importa su tamaño, si vagan o zanganean, si filosofan o producen, si portan riquezas o si cuentan con padrinos o les anuncian mensajeros?

Aunque expuestas así las cosas, ¿acaso pueden estos cuerpos librarse por completo de ataduras concretas de su pasado? Tomar sus propias decisiones de viaje, asumir rumbos y desafiar a Newton?. La pregunta se sostiene, por similitud, con las dudas que suscita el libre albedrío, sobre la extendida creencia de que la voluntad forja en el ser humano su destino, o si, por contra, los dados de la partida están echados de antemano.

Y aún más me pregunto, si no serán nuestros dos amigos por ventura títeres inertes movidos por los hilos invisibles de la poderosa atracción cósmica… O si más bien se dejan llevar indolentes por la marea del conformismo, justificados por un esto es lo que hay, no siempre los cambios son a mejor, qué dirían los demás, y toda una sarta de justificaciones para auto convencerse de que, permaneciendo como están, léase moviéndose como lo hacen, como lo vienen haciendo, cosechan el control sobre su azarosa vida.

Se diría que deambulan solos por el espacio abrumador, trazando surcos sobre la nada infinita, sin acompañantes reseñables, sin trazas o signos de otras presencias en su piel rocosa, quizás amortiguadas por el paso del tiempo o simplemente ocultas a nuestros ojos por vergüenza, por hastío o por esa inquieta necesidad de renovar el espíritu que periódicamente nos acecha sugiriéndonos liberarnos de una parte de nuestro pretérito, otrora vivido bien con satisfacción (adictos como somos a lo novedoso), bien con indiferencia, y hoy esas vivencias, esas presencias se tornan incómodas y distantes, con la perspectiva del alejamiento.

Los dos cuerpos se definen por sus nombres en esta sociedad empeñada en código y etiqueta, en filiación y censo, mucho más que por su masa, trayectoria, densidad, composición y espectro.

Arrastran consigo una estela de amores, de heridas, de recuerdos, y una atmósfera de perfumes, de sal y de besos.

Una extraña belleza les adorna, una belleza seductora que no encuentra palabras para tan sugerentes formas.

Un pasado disjunto por ahora les aparta, amén de fantasías inacabadas, y de obstinadas convicciones.

Ella aparenta lozanía, exuberancia y bullicio, muy probable que albergue vida, frondosos bosques, veloces animales, copiosas fuentes. También contiene lava recién formada y amplias trazas de ceniza.

El parece un mundo más reflexivo, menos fértil y presenta algunos registros y formaciones muy distintas a las habituales en este tipo de cuerpos.

El caso es que ajenos a cuanto se cuece en un lugar y fecha próximos, ella y él se orientan en una provervial coincidencia, encauzan sus movimientos hacia una cita.

Habría de ser muy preciso el vector que les precede en su marcha para que coincidieran exactamente en el encuentro y con el fatal impacto el relato concluyese.

Más bien contemplamos distintos escenarios en los que ella y él acaban conociéndose, y nos intriga en qué medida ese encuentro, llamémosle nocturno, trastoca todos sus planes, altera todos sus sueños, deviene choque, hallazgo, roce, colisión o tan solo duelo.

En casos muy especiales, cuando se concitan los oportunos valores en las variables de la mecánica celeste, la aproximación que nos ocupa resulta en una órbita compartida, en la que los dos cuerpos que antaño vagaban sin conocerse describiendo amplias trayectorias concurrentes ajustan sus momentos angulares, su velocidad y su tensión gravitatoria intercambiando señales de complicidad, como temblores de excitación mutua, y terminan girando ensimismados, uno alrededor del otro, acompasados, firmando un acuerdo de comportamiento estable, mayormente elíptico, ligeramente descentrado.

Un acuerdo este, cimentado en torno a un punto imaginario, sobre el que descargan toda su furia las fuerzas y campos que intervienen en la refriega con resultado nulo. Un convenio que, si los hados son propicios, les abrirá las puertas del conocimiento mutuo y quizás, más adelante, de unos saberes profundos, de una felicidad no conocida por estos lares, de una felicidad de otro mundo.

En ese inusual pacto de masas se adivina una danza pulsátil, periódica, a dúo, un baile que aporta inusual elegancia y simetría a la escena, y conlleva tensiones no previstas a cada uno de los dos cuerpos, que, aún manteniendo su esencia previa, pasan  a describir tirabuzones al unísono, a comportarse como una pareja para quien con fortuna consiga observarles.

La mirada en estos casos se centra en el conjunto de los dos astros con sus respectivas estelas, que a la sazón semejan una persecución incansable, un rifi-rafe perro-gato en el firmamento, un yin yang amoroso rico en lazos y en abrazos que no llegan a anudarse con un ritmo cadencial, pero que dan cuenta de una fidelidad al vínculo, al compromiso de los dos astros.

Claro es que este tipo de situaciones tan especial, tan fascinante, se esconde en los extremos de las curvas gaussianas, por improbable, y la estadística refrenda la maldición, a escala humana, que nos persigue, en el sentido de ser testigos, en muy contadas ocasiones en el transcurso de nuestros periplos por la Tierra, de tales acontecimientos, de tan sutiles acercamientos, entre elegidos y vistosos planetas, entre dichosos y radiantes sujetos.

Así las cosas y cuando había de acontecer según el libro de la sabiduría, de las trayectorias y del amor, se produjo un primer encuentro, de proximidad embriagadora y roce violento, Los dos cuerpos, acercándose a gran velocidad, aproximaron trayectorias, e incidieron en un punto alrededor del cual el tiempo se detuvo fugazmente, como si fuera eterno, y los viajeros se anudaron sin cadenas y, en torno a ese punto de la galaxia, en torno a ese instante, pivotaron, unos dicen que con alivio, otros que con nostalgia.

En esos fugaces instantes solo se escuchaban sus miradas; sobraba el ayer, sobraban los besos, hasta la magia, presente, sobraba !!!

No solo se encontraron los dos cuerpos, también se encontraron sus almas, y en el derviche que les arrobaba se susurraron al oído las más bellas palabras.

Pero he aquí que sin previo aviso el acople en el cielo perdió consistencia; un letal balanceo zarandeó el hechizo de fuerzas y de nuevo surgieron fogosos los caballos de tiro, los rugidos de fieras, alejando a los amantes de la imaginada escena, del equilibrio en movimiento, de la perfección suprema.

El quedó noqueado, aturdido, perdió impulso, aminoró su marcha  en la nueva dirección volviéndose hacia ella, y se dispuso como si una parte de él, la menos dañada, esperara su retorno con resignación y paciencia. Al verla partir sintió un pinchazo en el lado izquierdo de su pecho, notó que sus latidos quedaban enjaulados, restringidos, apartados de su libre deseo y que chocaban sin descanso contra unos barrotes impuestos por mandatos ajenos.

El impacto le hizo titubear, perdió la noción del tiempo y la perspicacia en el juicio. Buscó respuestas y encontró lejanías y silencios. Diluyó ilusiones, depuró su conciencia, trató de sanar las heridas y de concentrar, inútilmente, sus esfuerzos. Su brillo, como planeta, si no se extinguió, perdió muchos enteros en el duelo.

Ella salió despedida baja los efectos de una enorme fuerza centrífuga, sí, así de ficticia es la sombra que impera, que arrastra y se lleva tras de sí cuando le place a toda una vida y a los recuerdos impregnados de otra, una fuerza que no es tal, que es un engaño, como si de un inconsciente desoído y vengativo se tratase, uno que termina imponiendo su torticero mensaje.

Se alejó, digo, arrebatada, presurosa y reforzada en su impulso angular creyendo tal vez que toda esa fricción,  que todo ese calor, que toda esa mágica escena del encuentro, con el Universo detenido, en la que las leyes que creíamos inmutables se transforman y desdibujan y dan paso a nuevas leyes que nos sitúan en otros rumbos,  hacia otras tierras; que todo eso no había sido más que un sueño pasajero, una experiencia acumulable, una muesca más en el cuaderno de los encuentros, en el diario de una joven promesa.

De esta guisa engañada su conciencia, prosiguió su deambular cuestionándose cada vez menos las razones del encuentro, sustituyendo verdades por supuestos, olvidando marcas de las caricias y los respetos y aceptando sus nuevas vecindades, lo que ella creía la soledad de su secreto, y la protección de nuevas estrellas para sus adentros.

Todo fue muy rápido e intenso. Ni siquiera dio tiempo a que germinase un solo beso.

Desde entonces los tratados de trayectorias y eventos catalogan de “soli clara”, errantes luminosos, a los hijos del encuentro. Se distinguen con un sencillo telescopio, por un centelleo vivaz que quedó adherido a la superficie de los cuerpos, algo más acusado en el de ella.

Entre las muchas explicaciones que trataron de darse al enigma, al inesperado fulgor, una parecía ser la más verosímil: nuestros admirados paseantes se habían sentido tan afectados por su repentina soledad que la intensa energía disipada en la trágica contienda, la transformaron con su alquimia en fotones que recubrieron sus sorprendidas espaldas, en fotones que sintieron apego por los heridos y renunciaron a su marcha.

Algunos astrofísicos se refieren al evento y disertan sobre una nueva firma en las colisiones espaciales, que se extiende por ahora desde la casa de Géminis hasta la de Leo.

¡ Toda una vida tendrá que pasar para embocar de nuevo, para alinear corazón y cabeza, para enfilar anhelantes el descabello y terminar la extraordinaria faena !

¡ Para que no sean las estrellas las que nos descubran tan enigmática belleza, sino el aroma penetrante de las velas !