Cadenas sutiles, lazos de amor

Tras haberla contemplado en silencio unas cuantas veces, los rostros enfrentados y cercanos, las miradas penetrantes y teñidas de deseo, ora fijas sobre las dilatadas pupilas, ora recorriendo sin desmayo la epidermis del rostro de la mujer observada, los labios de ambos prestos al desembarco y las manos inquietas, azarosas y entrelazadas.

Tras haber compartido con ella bellos momentos que fueron mágicos y a la par misteriosos, y algunos compromisos imaginarios que surgieron de sus mentes y no llegaron a concretarse en mensajes, que no se hicieron explícitos ni resonaron en esas paredes que saben de lo que hablamos.

Tras registrar en la piel y en el recuerdo suaves caricias que saben a poco y silencios elocuentes, besos de luna y de fuego y confesiones de sofá hechas por quien entiende que poco pierde con que el otro conozca sus pequeños secretos, que más bien gana con la verdad sobre la mesa.

Tras intuir que con palabras no acertaría ni a enmarcar la dicha y el bienestar que esta mujer le brinda en el presente, ni a hilvanar las imágenes de un futuro imaginado en común jalonado de alegrías.

Tras sospechar que con sus frases jamás glosaría con acierto ni la profundidad de su encuentro, ni la riqueza de matices del mismo, resolvió quedarse ciego a la cordura, arriesgar y ser osado, adentrarse en la maleza, empapar su dermis descubierta, implicarse hasta la médula, y con sincera voz le propuso, por escrito:

Quiéreme, amor mío
Repliega todos tus miedos
Miedo al amor que sentimos
Miedo al amor que te tengo
Quiéreme, amor mío
Reniega de tus miserias
Recoge la antorcha, el frío
Que arda tu piel gélida

Ella replicó al instante,
cual resorte engranado por una atracción que aumentaba día a día, mezcla de admiración, arrobo y sorpresa,
cual ballesta cargada con motivos de posesión, de lecho y de banquete:

Me apetece que tus besos sean míos
Que tus caricias me pertenezcan.
Quiero que la velocidad de tu respiración
Baile al son de mi cuerpo.
Deseo que me invadas, que me llenes, que me roces, que me inundes.

El insistió en sus vocablos. Ella se mantuvo en sus deseos.
Los dos se arrojaron al abismo, los dos anhelaban ese cielo.
El acomodó a ella su paso y ofreció su cara al viento.
Ella aceleró su ritmo y renunció a quedarse en puerto.

Había otros actores, pero fueron bajando telones.
Se insinuaban otros colores, pero el rojo se impuso en las flores.
Allí donde hubo sombras nuestros amantes pondrán soles.
Se entregarán al amor, salvarán conflictos y dolores.

Al calor de esta foto con sus páginas se abren dos cuadernos
inmaculados de tintas y de carbones, testigos de una aventura
que arranca doble en sus inicios, y en el camino pretende ser una
Dos cuadernos para un álbum, con renglones de barbas y de ligueros.

Después de esta imagen otros paisajes vendrán de Venus y de Marte
destellos de un brillo especial y noble que desprenden los amantes.
Los dos verán fundir sus momentos en una amalgama de fuegos, desiertos y cometas.
Es posible que avisten resplandores de vida, de ilusión, de gozo y de belleza.