Velas, sueños

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Se atribuye a Buda la bella frase “cuando enciendes una luz para alguien, también se ilumina tu camino”

Ha llovido mucho desde que el Gautama canturreaba sabiduría en las estribaciones del Himalaya, iluminado como estaba por el samadhi, el término hindú para la absorción mental completa, para la unidad con lo inefable, o éxtasis para nuestros más cercanos místicos y sus poemas, pero lo cierto es que la luz ejerce una influencia poderosa sobre nuestras vidas, desde que nos la presentan con brusquedad en el parto, y quedamos deslumbrados por su poderío, hasta que se cierran para siempre nuestros párpados y volvemos a la oscuridad más silenciosa, al eterno tedio.

La vida humana presenta un sorprendente paralelismo a escala con la vida del Universo en lo concerniente a la luz, a saber: desde el Big Bang generador, desde el momento cero (desde la concepción del feto en el símil) el Universo que conocemos tardó unos 400.000 años en salir de una oscuridad total y ver surgir los primeros fotones del espectro visible de entre la sopa espesa de gas ionizado e hidrógeno, que absorbían toda radiación.

Estos fotones fueron vistiendo y engalanando las galaxias y sus confines, mientras que siguiendo con el símil el feto humano se desarrolla en el útero materno ajeno por completo al estímulo lumínico, carente de luz, hasta que a los 9 meses es propulsado al exterior, eyectado como las radiaciones de los agujeros negros son expulsadas de los mismos, iniciando una nueva vida, esta vez sujeto a los vaivenes de luces y sombras, de soles y lunas.

El Universo, el ser humano, han tenido para nuestro asombro una época primigenia con vida pero sin luz, y una infancia y madurez ligadas a esa presencia envolvente, a esa radiación esclarecedora.

Se diría que la luz acompaña al ente o al cuerpo de que se trate (cosmos, bebé) tan sólo cuando ha evolucionado, cuando ya ha transcurrido un tiempo de su existencia, como si la fuente lumínica aportase un especial valor añadido, una riqueza intangible al hecho mismo de la existencia, factor que explicaría en parte las frecuentes convicciones que vinculan la luz con la sabiduría, con el conocimiento.

En un objeto tan diminuto como la vela encendida de la foto, al amparo de su llama, y bajo el efecto de su llamada, se condensan para nuestra curiosidad y regocijo algunos significantes sutiles, de gran importancia.

La vela es un interruptor ecológico, un sistema binario, on/off, encendida/apagada, con su parafina y su cordel o pabilo como únicos elementos tangibles y el oxígeno combustible como aliado invisible.

Sencilla, pulcra, erguida, atrayente, seductora hasta el punto de la obsesión.

Su zona de llama, ágil y serpenteante cautiva nuestra mirada y la fija absorta, la sitúa presta a reconocer cambios y fluctuaciones de forma y de color, ascensos y descensos repentinos, crepitaciones y chispas, luminosidades, efectos y fantasías, enturbiamiento, extinción.

La vela encendida dicen que es un reflejo del alma, que simboliza la vida espiritual, la pureza, la presencia de lo trascendente, lo oculto que no se percibe a pesar de la propia luz, y en algunos casos testimonia la continuidad de una vida ya apagada, el vínculo con esa alma que ha perdido su soporte y compañero corpóreo a través del fluir incesante de la reacción exotérmica.

Una mirada sin pasión, cercana a la ciencia, nos propondría que la cera de la vela, compuesta esencialmente por hidrocarburos de masa molar elevada, no conductores de electricidad e insolubles en agua, es fundida por el calor de la llama, quedando el pabilo o mecha sumergido en ella. El calor evapora la cera impregnada en la mecha, algo de vapor de la cera se quema formando dióxido de carbono y agua, y otra parte se convierte en hidrocarburos de menor masa molecular, que también sufren un proceso de combustión progresivo que se retroalimenta.

Si fuera menos científico en estos comentarios sobre la vela y sus virtudes convendría en afirmar que de su contemplación sosegada pueden surgir destellos de bondad, pensamientos lúcidos, recuerdos desatendidos o casi olvidados, soflamas de armonía, propósitos de enmienda, y un sinfin de portentos, aunque lo más probable es que pasemos fugazmente a su lado en las onomásticas, en los nacimientos, en los funerales, en los encuentros de amor jalonados de flores y música melódica, y al contemplarla por unos instantes nos arranque una breve sonrisa, un ademán de satisfacción, sin más.

Paz, sosiego, calma, combinan casi siempre con la imagen de unas velas en ignición.

En hilera consumida, las velas historian un pasado, se hacen eco de los seres que perdimos, representan lo que fuimos, y con su sencillez inherente de ese pasado sólo dejan constancia con restos de humo evanescente y mortecino, y con restos de olor penetrante a quemado, una constancia por otra parte tan breve y tan difusa…

En hilera encendida, las velas testimonian sobre lo que consideramos más  nuestro un futuro, dorado, cálido y vivaz, como la llama que las alumbra. Simbolizan latidos, y vida.

Con la adecuada respiración diafragmática, a ritmo y presión “al dente“, la concentración de la mente en la llama es capaz de traer al lóbulo frontal oraciones bellas y sinceras, expelidas por lo más recóndito de nuestra conciencia, sacudida como se encuentra por la corriente de prana purificador que va desde el abdomen a las meninges.

Una de estas oraciones, inspirada en lecturas del padrenuestro arameo encontrado en un mármol de Nag Hammadi, inspirada en esa vela humeante, casi concluida, pero digna y estimulante, reza como sigue, para el lector que mira y que ve, para el que mira y no puede ver, para el que mira y se pregunta:

” ¡Padre, Madre, hálito de vida, Fuente del sonido, Acción sin palabras, Creador del Cosmos, del tiempo y de lo eterno!

¡Promotor de las fábulas, garante de los sueños, brocante de Sabiduría, Arquitecto de renombre, Abogado de nuestras causas!

¡Haz brillar tu luz con todo su espectro dentro de nosotros, prende la mecha entre nos y fuera de nos, para que podamos hacerla útil!

Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan sólo el sentimiento que emana de tí, un oxígeno ionizado de amor, un fluido que repara y sella, que despierta y vivifica, que no se agota, perenne.

Pueda nuestro yo estar en tu mismo paso, sincronizar, dar zancadas al unísono, a fin de que caminemos como reyes y reinas con las demás criaturas.

Que tu deseo y el nuestro sean uno sólo, y sepamos reconocerlo, con luz y taquígrafos, en toda existencia individual, en toda comunidad, en toda presencia.

Haznos sentir el alma del planeta que nos cobija en nuestro interior, permite que captemos tras su velo la Sabiduría que se esconde en todo lo que existe.

No permitas que la superficialidad y la apariencia de las cosas del mundo nos engañen.

Que tu aliento sagrado nos libere de todo aquello que impide nuestro crecimiento.

¡Envía, Espíritu inagotable, a cuantos protectores tengas a bien dedicarnos, instruidos en tus enseñanzas, resueltos en su cometido, infatigables frente al mal!.

No nos dejes caer en el olvido de que Tú eres el Poder y la Bienaventuranza de este mundo, la canción de cuna y de gozo que se renueva de tiempo en tiempo y que todo lo embellece.

¡Que la fila de velas impregnada de tu Gloria se renueve sin cesar iluminada desafiando al tiempo y al olvido!

¡Que tu inmenso amor alfombre el suelo donde crecen nuestras acciones! “

 

Antonio Crucelaegui blog 2016