Mi buen amigo Tonecho es valedor de los gintonics. Los prepara tan bien que ha conseguido que gente que no bebe alcohol, disfrute con sus especiales “sin” ginebra, ¡que ya es decir!
Y es que el ritual hace mucho. Enfundado en su mandil oscuro y largo a modo de casulla, pertrechado con un estuche con todo tipo de utensilios, varilla mezcladora, bolsillos para las especias, accesorios, etc., Tonecho oficia una ceremonia en la que con parsimonia, delicadeza y precisión, va mezclando ingredientes, se vuelca en el producto con dedicación, y transmite seguridad y dominio del asunto, a la par que induce en los absortos que le observan una eclosión creciente de jugos gástricos y un estado, por qué no decirlo, de inefable satisfacción, sin haber probado una gota todavía.
La cata no defrauda expectativas: en mayor o menor medida, al compás de quien saborea el cóctel, se humedecen epitelios, se convocan locuacidades inesperadas, se enfrían y ahuyentan malos modos y no te soporto, se eliminan sinsabores, se recupera y aflora otro tipo de apetitos.
La clave del éxito del combinado parece residir en el equilibrio, en las proporciones, en la paciencia y en ese valioso conocimiento que se nutre y abona continuamente con procesos de prueba y error precedentes.
Tonecho, al ejercer de chamán, al proponer elixires que remedan en cierto sentido a los que en la Edad Media se destinaban al amor, o a la conservación y exaltación de la memoria, o a la juventud eterna (éste último con mezcla de 77 hierbas, alcohol y opio, según una receta de una abadía benedictina checoslovaca), establece una “conexión especial” entre el destinatario del brebaje y su mundo de deseos.
No es que busquemos la piedra filosofal, convirtiendo los metales comunes en oro o plata, y Tonecho sea el alquimista, pero lo cierto es que mientras se desarrolla esa liturgia, nuestras apetencias, inicialmente centradas en la bebida, sencillas en sus pretensiones, van mutando, se transforman, se entrelazan con ilusiones, abrazan otros nuevos deseos, incorporan matices del submundo lúdico y pulsional.
¡Qué agradable es zambullirse en una noche empapada de estímulos!
¡Qué grato es compartir con los amigos risas y confidencias, alegría y fiesta!
¡Qué difícil es recordar los detalles que acompañan a una velada regada con cierto exceso!
¡Cuán difícil resulta contar las copas ingeridas en una noche cuando los números primos empiezan a ser mucho más de la familia que de la aritmética!
¡Cuántos neumáticos se confiesan a diario por haber fallado en el agarre al asfalto cuando se les pidió que frenasen!
¡Cuántas amapolas marchitan sus pétalos en las cunetas de las carreteras tras haber respirado la fragancia próxima de unos jóvenes como ellas marchitos!
¡En virtud de qué ley, normativa o designio se trunca de golpe la vida incipiente de una joven que ni siquiera ha transgredido las leyes, que ha sido hasta la fecha respetuosa y prudente, que no albergaba mal, ni lo proyectaba en seres ajenos!
¡En qué Administración de Lotería se regalan boletos con los que personas inocentes en un accidente de tráfico acusan el golpe llevándose todo el premio, todo el impacto en su columna!
¡Quién ha podido manipular los vehículos, los volantes y sus frenos, maquinar un conjuro, o alterar el espacio-tiempo para que la energía cinética haya terminado en su cuerpo en un -tú la llevas- macabro y despiadado!
—> “Escoriaciones en brazo derecho; hematomas subdurales en cráneo anterior. Hematomas en ambas manos, en costado derecho y en cara medial rodilla derecha con amplio derrame sinovial“
La joven de la foto, escogida como ejemplo para el texto, reflexiona en silencio sobre todo esto, absorta, con la mirada fija en un punto lejano e insignificante, y lo hace a retazos, en aluviones, idas y venidas, sin apenas orden, con dudas y muy desorientada, con pensamientos grumosos, espesos, poco lúcidos, pero a los que se aferra con insistencia, como si tratase de encontrar una verdad importante a la que asirse entre tanto caos y confusión, de encontrar una luz que le guíe en su particular via crucis de aflicción.
—> “Politraumatismo. Fractura de C6 y C7. Fractura cerrada de fémur derecho”.
La muchacha repasa con amargura las pesadas e inusitadas cargas que acumula en pocos días, tras lo acaecido en una noche de diciembre que jalona por derecho propio su hasta la fecha exiguo y limpio calendario de efemérides.
Ha conseguido por ahora reducir señales en la piel y cicatrizar heridas superficiales, mientras que el maquillaje bien aplicado obra milagros ocultando hematomas y variaciones del rojo y del negro, presentando un engañoso luz y taquígrafos.
—> “Consciente, desorientada, lenguaje repetitivo, confusión, accesos de llanto”
En su retina, sobrecargada de imágenes recientes, trata de visualizar (compulsivamente, una y otra vez, buscando nuevos detalles, detectando matices, recordando tormentos, jadeos y dolores), el vídeo de la película de esa noche aciaga.
Una película, se dice para sus adentros, por la que fue premiada como actriz principal, y le repugna y avergüenza que sus padres hayan recogido por delegación su premio, una silla de ruedas eléctrica Tango, con reclinación y basculación manual, asiento y reposapiés ajustables en anchura y profundidad, respaldo ajustable en tensión y reposa brazos ajustables en altura, baterías de 50 Amperios, ruedas grandes de 9” y 14”, reflectantes traseros…
Una joya, esta silla eléctrica, a la que será trasladada en breve, idónea para moverse ¡¡con total libertad!! y autonomía, proporcionando una conducción suave, tanto en casa como fuera de ella, según rezan los panfletos comerciales, aunque no parece que ni estas alabanzas publicitarias ni la certeza de ser propietaria afortunada de la silla consigan mejorar la sensación depresiva y el deterioro súbito y progresivo que corroen por momentos la accidentada vida de la accidentada mujer.
—> “Afectada gravemente capacidad motriz de ambas piernas. Inmovilidad aparente de los miembros pelvianos“
El vídeo en su retina, los kleenex empapados en lágrimas, el móvil con la pantalla rajada por varios sitios y un osito de peluche marrón regalo de su sobrina favorita de 4 años acompañan a la joven, mientras avanza con suave zig zag en una silla provisional (titubeante, por falta de práctica) hacia la Sala de estar número 2 del Centro de Rehabilitación de Toledo.
En este Centro se lleva a cabo una rehabilitación integral de los pacientes con paraplejía para abordar esta patología tanto desde un aspecto puramente clínico -para lograr recuperar la funcionalidad perdida, aprender a manejarse en las actividades de la vida diaria- como desde un aspecto social, encaminado a la reinserción de estos pacientes, una vez que vuelven a sus domicilios.
Ella estaba lúcida esa noche, aunque sólo recuerda con precisión lo que sucedió a partir de la una menos diez. Antes de esa hora ha podido reconstruir con esfuerzo algunos pasajes de la tarde-noche, aunque todos ellos le producen una enorme indiferencia: Había cenado en la cocina unos restos de ensalada de tomate, un trozo de pollo rebozado recalentado en el microondas y media manzana, y bebido unos tragos de coca-cola zero; se había arreglado para la ocasión, con un top muy mono que le regaló su hermana mayor en su cumpleaños.
Iba de copiloto con otras 2 amigas a recoger a una cuarta, a un pueblo de la Sierra, para ir a la Discoteca “El Encuentro”, en la que tenía previsto coincidir con Jaime, un chico que le gustaba.
Todo lo demás hasta el momento del accidente queda difuso. Recuerda, eso sí, que su mejor amiga, que conducía el coche, por poco se salta un semáforo en rojo al pasar la Avenida, y el consiguiente sobresalto ha quedado recogido en el saco de las anécdotas previas, en el baúl de las historias y de los hechos que ya carecen de sentido, que se han vuelto apesantados, como si se llevasen en una mochila a cuestas, mimetizada con el organismo, y se empeñaran en quedarse en vela, en hacerse presentes a todas horas.
¡Tantas y tantas cosas han perdido su valor!
¡Tantos y tantos planes han quedado descartados! :
Ilusiones, sueños, expectativas, ¿maternidades?, ¿amores?
Para siempre…,
una coletilla que más que una referencia temporal, que más que una cita en los costados de las novelas de amor, para esta chica va a suponer una losa, una caja de pino en vida, un resorte que destilará rabia, odio, venganza, que se convertirá con el tiempo en un mantra inductor de profunda amargura.
Ni siquiera siente alivio por ser una entre casi 1.200 pacientes que utilizan el Centro, y mucho menos por compartir dolencia con otros 300 afectados de una lesión medular aguda.
Desde su trono móvil, el de la foto, en el que lleva instalada contra su voluntad escasas horas, a la espera del traslado a la flamante unidad de transporte autónomo repleta de avances tecnológicos, se le ocurren numerosos trueques y concesiones que estaría dispuesta a negociar con su cuerpo, con su vida, con tal de revertir una situación que a todas luces tardará meses, años, en asimilar, (si es que puede llegar a digerirse un sapo de ese calibre), con tal de retrasar la manija del reloj hasta las doce cuarenta y cinco.
Ha fantaseado incluso con entregar para desecho esa pierna derecha rota por el fémur, sacrificarla en aras de recuperar la movilidad y el sostén de la otra, imaginándose coja, con muletas, pero erguida, en una posición que se le antoja más digna y soportable que la que ahora le acompaña.
También se tortura sin descanso escogiendo otras formas de accidente para este mismo resultado, prefiriendo un accidente de natación, una caída de caballo, haberse despeñado en una vía ferrata, haber sido embestida por una vaquilla en las fiestas, caerse de la moto por un barranco, ser ella misma, en suma, la que hubiese tentado activamente al destino con una actividad de riesgo; ella sóla, sin involucrar a nadie. Todo antes que ese choque frontal inesperado, involuntario, indeseado, maldito.
—> “El conductor del vehículo infractor aceptó voluntariamente someterse a la prueba de alcoholemia a las 02:10 y dio positivo con una tasa de 1,1 mg/l, siendo el límite legal permitido 0,25 mg/l”
Irreversible, desesperanzadora, paralizante, deprimente, así valora esta triste heroína su situación.
Los traumatismos han dejado marcas, han consumido recursos de todo tipo, han traido inapetencias, demacrado el rostro, y alentado y propagado malos modos, agitación, gritos, irritación, llanto y desidia, pero, sobre todo, han secuestrado sine die la preciosa sonrisa que la muchacha regalaba al mundo cada día.
Las advertencias de los médicos sobre posibles secuelas y complicaciones también han dejado sus marcas, en forma de significativas preocupaciones que atormentan a borbotones a la afectada, ya de por sí ocupada y trastornada con sus males, amenazándole con infecciones intrahospitalarias, úlceras de decúbito, micciones involuntarias, cálculos renales, espasmos, pérdidas de sensibilidad al dolor, a la temperatura, en el tacto.
En los escasos instantes de mayor lucidez, cuando la manada de obsesiones le permiten un descanso, la emperatriz de la engañosa poltrona móvil abraza compungida la idea de que ese coche que se les echó encima lo hizo muy probablemente, a tenor del informe de la Guardia Civil, porque al volante del mismo se encontraba un joven con graves problemas de percepción visual y motora, con graves alteraciones de atención, alguien que sobreestimó sus propias capacidades, la coordinación y el control de sus movimientos, su capacidad de respuesta y su tolerancia al riesgo.
Ambos jóvenes se encuentran ahora emparentados por la desgracia, casados ante el destino con anillos de chapa y esquirlas, con diademas engarzadas de pedruscos de lunas de automóvil rotas, unidos en la aflicción como líderes respectivos de sendas familias destrozadas, con todos sus miembros incapaces por el momento de respirar con tranquilidad, sometidos a un andar cabizbajo, mortecino, avejentado antes de tiempo.
Es un cáliz muy amargo el que ha de beber esta muchacha durante mucho tiempo, sumida en tinieblas en lo que será una noche de los sentidos y de las emociones muy larga, traspasada por el dolor, soportando recuerdos, cargando a diario con la imagen del espejo que nunca le acercan.
Deambulará sin rumbo, sin apenas un atisbo de futuro como mujer completa, dudando con sus miembros arrastrados y entumecidos si es o no una mujer, si merece o no la pena conectar el motor de la silla cada día, si desea o no encender el interruptor de su vida con cada amanecer y aceptarse como está, destrozada por una guerra incruenta entre los miembros sedentes, insumisos, y su legión de compañeros del ocaso, de un lado, y el corazón encogido pero latiendo, rebosante de energía, y sus aliados defensores de la vida del otro.
Y a pesar de todo esto, hasta los ojos se acomodan a ver en la penumbra con el paso del tiempo…
Son variados y prodigiosos los recursos que el organismo dedica a corregir y superar limitaciones…
A pesar de todo esto, y como signo premonitorio de la evolución de esa guerra, hasta la sonrisa que un día hechizaba a cuantos se cruzaban en su camino terminará por aburrirse de su forzado descanso y reclamará su antiguo sitio con firmeza.
También llegarán nuevos intereses, divisiones enteras de anticuerpos y de linfocitos reparadores, arribarán guardianes de la cordura, amigos cómplices de aventuras y de viajes, empatías en dos direcciones, esperanzas, ilusiones, y ¡quién sabe si algún día esa silla Tango hará honor a su nombre y será testigo de un precioso baile de la chica con su vida!.
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Apunte fuera de foto:
Sobre la tetraplejía, una enfermedad en la que se produce parálisis total o parcial de brazos y piernas causada por un daño en la médula espinal, específicamente en alguna de las vértebras cervicales.
Las órdenes del cerebro hacia las extremidades del cuerpo, se transmiten a través de la médula, por lo que cuanto más elevada sea la vértebra lesionada, más grave será la lesión y más difícil será el tratamiento o la recuperación debido a que aumenta el número de miembros afectados por la disrupción del control desde el cerebro.
Una vez asentado el trauma, cabe considerarlo como irreversible.
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Las lesiones por encima de C4 pueden llevar a la persona a necesitar un ventilador mecánico para ayudarle a respirar.
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Las lesiones a nivel C5, suelen conservar el control de hombros y bíceps, pero no controlan la mano o el puño
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Lesiones en C6, permiten el control del puño, pero la funcionalidad de la mano puede quedar afectada
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Accidentados con lesión en C7 pueden estirar los brazos, pero pueden presentar problemas de destreza en el uso de la mano y dedos.
La buena noticia es que existen al menos 2 frentes abiertos con posibilidades de revertir las consecuencias de inmovilidad por lesiones medulares en un futuro no muy lejano: la investigación con células madre y el estudio de un pequeño pez que comparte un 80% de genes con el ser humano.
El vistoso pez cebra Danio rerio mide poco más de tres centímetros y se ha convertido en toda una joya para la ciencia, en un fértil modelo de investigaciones por su extraordinaria capacidad de regeneración de tejidos y órganos, y en especial de la espina dorsal.
Si se secciona por completo esta parte fundamental de su sistema nervioso o motor (algo que en los seres humanos conduce a la parálisis irremediablemente), la médula se vuelve a conectar y el animal recupera la movilidad.
En el interior de su espina dorsal surge una especie de puente celular confeccionado por las neuronas que se han visto separadas. Algunas de ellas, las primeras células gliales en recibir el daño, se estiran hasta diez veces su tamaño y buscan la conexión con sus compañeras al otro lado de la lesión.
Una vez formado este puente, las células nerviosas lo aprovechan para establecer conexiones sobre él y comienzan a regenerarse. En cuestión de unas ocho semanas el tejido nervioso está prácticamente recuperado y el pez sale de su parálisis.
No existen muchos modelos similares a este en la naturaleza. Un equipo de la Universidad de Duke ha rastreado todos los genes del pez que experimentan un cambio de actividad después de una lesión en la espina dorsal, y detectado la proteína implicada en la activación del proceso de autorreparación tisular del animal.
Parece ser que unos doce genes se activan de manera frenética tras el trauma y, de ellos, siete codifican para unas proteínas que son expulsadas por las células. Una de esas proteínas, el CTGF (Factor de Crecimiento del Tejido Conectivo, muy parecido al humano), es segregada por las células gliales, precisamente las que forman ese primer puente alrededor de la lesión. Cuando en los ensayos se inhibe el gen que lo produce, los peces son incapaces de activar una autocuración.
Sin duda, las lesiones medulares en mamíferos son mucho más complejas. El siguiente paso será experimentar, con las herramientas genéticas aprendidas de estos peces, en ratones. Quizás de ese modo aprendamos qué hacen los animales acuáticos para activar el factor de crecimiento autoreparador y cómo acabar aplicando en los enfermos de paraplejías el conocimiento adquirido.
Antonio Crucelaegui blog 2016