El fabricante de recuerdos

Ya está!, por fin!

Ya lo tengo implantado, ya puedo disfrutar plenamente de él, han sido varios meses de tensa espera, algunas noches de insomnio pegado a los foros especializados e incluso algo de angustia, ante la incertidumbre de recibir un día un correo de la Clínica y quedarme fuera, por no cumplir los requisitos del proceso, pero lo he conseguido, me ha costado un pastón pero ha merecido la pena, ya soy uno de los afortunados que puede presumir de ser propietario de un sistema personalizado de recuerdos y vivencias inducidas, de la empresa RECBRAIN (creo que Google es accionista mayoritario).

El sistema conlleva un doble implante electrónico-sensitivo en el cerebro, conectado a un dispositivo de almacenaje y reproducción de recuerdos virtuales desarrollado y puesto a punto nada más y nada menos que por el mismísimo Gregori Basov, una leyenda viva en la programación de realidades virtuales.

Estos rusos tienen una notable facilidad para destacar en campos abstractos, como el ajedrez, la programación, los videojuegos, la criptografía, y últimamente el hackeo de ordenadores o los antivirus, y siento especial simpatía por este Basov, a quien no sé por qué, quizás por su genialidad, asocio con Alekséi Pajitnov y su legendario tetris.

Algunas de sus creaciones han devenido en afamadas obras maestras, como tal catalogadas en el ranking del portfolio de recuerdos disponibles que circula por internet, y que son demandadas con avidez por numerosos clientes acaudalados. (En estos tiempos el producto estrella en el que campa a sus anchas la élite pudiente de la humanidad es el mercadeo de realidad virtual y en concreto el de los recuerdos enlatados).

Permitid que me explaye para poner la pelota en juego. La mal llamada implantación de recuerdos es una técnica de transformación integral de las funcionalidades intelectivas (TIFI) novedosa, carísima, sobre todo si las operaciones de implantación cerebrales se acometen en los centros más prestigiosos de EEUU (Johns Hopkins de Baltimore en el top, UCSF en San Francisco, Columbia and Cornell en Nueva York, y Rush University Medical Center en Chicago), o también en la Neurology Clinic de Bremen-Mitte, Alemania, que no tiene nada que envidiarles, y en donde, tras una búsqueda concienzuda, recaló el que esto os narra.

La técnica TIFI tiene como antecedentes numerosos trabajos de investigación aplicada en Neurociencia, entre los que cabe citar el manejo de un automóvil Tesla solo con el pensamiento, la recuperación y salvaguarda de recuerdos propios dañados (ver la referencia DARPA), conseguir que caminen de nuevo personas con daños en la médula espinal, e incluso el “bloqueo” de zonas del cerebro para mejorar depresiones o curar adicciones.

El programa DARPA, por ejemplo, desarrolló en Houston dispositivos neuroprotésicos que actuan directamente con el hipocampo para restaurar la memoria explícita a largo plazo que almacena la identificación de personas, acontecimientos y cifras con el objetivo de ayudar tanto a los casi 300.000 americanos que sufrieron daños cerebrales en Irak y Afganistán, como al ingente pelotón de pacientes del temido Alzheimer.

En todos estos casos el agente catalizador de las transformaciones viene siendo un dispositivo incrustado en el cerebro, más o menos complejo o múltiple, más o menos intervinculado con la red neuronal, dotado o no de inteligencia artificial incorporada, y aplicado inicialmente a casos de demencia senil, de personas postradas sin apenas movilidad, o recuperándose de un ictus grave, etc.

El primer salto cualitativo, podemos decir que de carácter comercial, se produce al convertir en artículo de consumo para toda la población (la sana y la enferma, siempre que lo pueda costear) la mencionada técnica TIFI, que ofrece sobre el papel la posibilidad de experimentar fantasías de realidad virtual en 3D como si fuesen vivencias propias del cerebro completamente reales, gracias a emisiones de ondas que replican las complejas interacciones de la mente.

El segundo salto cualitativo, no menos espectacular, lo capitaliza y significa Basov ideando y construyendo un dispositivo que no solo almacena fuera de un cerebro humano vivencias reales (las emisiones alfa, beta y theta de los procesos cognitivos  y las emisiones de los engramas relacionados con esos procesos a que dan lugar) sino que las puede transmitir, para ser replicadas en otros cerebros/dispositivos siendo “completadas” en ellos, transformadas, y experimentadas en definitiva como vivencias con una extraordinaria gama de matices y posibilidades.

¿Acaso no suena impactante todo esto y una fuente inagotable de estímulos para la imaginación?

Ambos avances se combinan para una reconstrucción exitosa de todo tipo de percepciones y emociones ligadas a recuerdos ¡que nunca existieron en realidad!, que se le proponen a nuestro cerebro mediante un conjunto de dispositivos, para que  termine por reconocer como propios esos recuerdos que se originaron en otra parte (ni siquiera sabemos si en un cerebro humano o en un bot de inteligencia artificial).

En esta reconstrucción juegan un papel importante las neuronas de la amígdala basolateral, que mantienen una comunicación constante con los recuerdos del hipocampo y con los de la corteza prefrontal. Estas neuronas de la amígdala son totalmente necesarias para evocar las emociones ligadas a los recuerdos. Otro asunto es que se las puede engañar.

En el sistema de RECBRAIN se prima la actividad de la corteza prefontal  estrechamente vinculada a la memoria próxima sobre la del hipocampo, sacrificando la memoria remota más propia de éste último. El implante principal se aloja siempre junto a la frente, en principio porque la operación presenta menos riesgos (a ver quién es el valiente que se atreve a fuchicar por el hipotálamo, o por el bulbo raquídeo… ) pero también porque los recuerdos en esa zona se estabilizan o refuerzan con facilidad unas 2 semanas (y luego se difuminan gradualmente, hasta desaparecer, me estoy refiriendo a los recuerdos virtuales  “Implantados”).

Cuanto más ajustada sea la evocación de las emociones, más realista y nítido será el recuerdo (aunque sea descabellado, o anómalo, como explico más adelante).

Continuando con el preámbulo, un sistema RECBRAIN consta de:

  1. Dispositivo de recuerdos virtuales, DRV. De dimensiones aproximadas 22x6x3 cm, redondeado en las esquinas, una joya de la miniaturización. Va alojado en un estuche muy elegante de cuero y presenta una pantalla táctil para trabajar interactivamente con el menú de opciones; viene provisto de ranuras, de un receptáculo para un cartucho de contenidos (del tamaño de un cassette pequeño), un potente procesador y un transmisor de ondas de muy baja frecuencia para comunicarse con una precisión extraordinaria con los dispositivos implantados en el cerebro (eso sí, a una distancia inferior a 1m, so pena de sufrir distorsiones en la recepción).

  2. Implante principal esférico, de 0,8 mm de diámetro, recubrimiento de células gliales de aspecto cerámico, y con 96 protuberancias superficiales equidistantes impregnadas en paladio. Va provisto de un receptor-amplificador de señales con una pila diminuta que se autorecarga por bluetooth. Está fabricado por Intel, con unas precisiones nanométricas.

  3. Implante de repetición, elipsoidal, de 0,5 x 0,4 mm en los ejes y superficie lisa. En esencia es un amplificador de señal, con un ligero retardo de fase.

Las empresas de programación de realidades virtuales utilizan unos algoritmos secretos para codificar y decodificar experiencias y actividades cerebrales y convertirlas en impulsos ondulatorios reproducibles, que se almacenan e identifican en el DRV.

Cada una de estas experiencias es singular; y en teoría se vuelve a reproducir en los receptores con bastante fidelidad, reforzando las sinapsis neuronales entre células tal y como ya describió Ramón y Cajal hace 100 años al explicar el proceso de almacenaje de recuerdos.

Pero en el caso de un DRV programado por Basov cada receptor puede experimentar estas experiencias con matices y variantes propias de su carácter, de sus recuerdos reales, de sus creencias, y ello en cada ocasión en que utilizan el sistema reproductor RECBRAIN,  lo que convierte a éste en la quintaesencia, en la maravilla de la experimentación con recuerdos virtuales.

El usuario selecciona en el DRV una de estas experiencias preprogramadas, y siguiendo las instrucciones de la configuración que le han proporcionado en la Clínica de implantes, y que son acordes con sus parámetros cerebrales, se dispone a “recibir” en su cerebro la emisión en el implante principal. Las protuberancias altamente conductoras del implante sensibilizan la zona y vibran a frecuencias en resonancia con las vibraciones de los “recuerdos virtuales” con lo que las neuronas próximas al implante se excitan y entran en alerta, aumentan las sinapsis y la producción de Arn mensajero y de kinesinas para el transporte, al ritmo  que marca el contenido que llega desde el exterior.

En ese momento entra en acción el implante de repetición, suministrando con un desfase de milisegundos “la misma información” que ha suministrado el implante hace tan solo unos milisegundos.

Las neuronas reconocen el nuevo mensaje como algo que ya les suena de algo, y lo buscan en los recuerdos que ya están grabados, en las “engranas” o estructuras de interconexión neuronal estable, entrando en acción las primeras neuronas que grabaron la primera emisión (en realidad las engranas correspondientes) y descargando en el propio cerebro la información que llega del DRV, ya decodificada y filtrada por el propio cerebro, como un conjunto de entidades ya almacenadas en el cerebro como recuerdos (aunque se trata de señuelos) con lo que la experiencia pasa a ser vivida como propia, y más aún, como un recuerdo.

Y ahora viene la genialidad: de forma aleatoria, la programación de los recuerdos de RECBRAIN incorpora una subrutina que “silencia” la emisión por unos lapsos de tiempo ínfimos, pero discretos. ¿Qué sucede entonces? Que al replicarse en el implante de repetición las neuronas van a buscar el contenido almacenado, y como encuentran todo excepto un pequeño lapso de tiempo, que quedó sin señal, LO RELLENAN con su propia información, incorporando por tanto a las imágenes virtuales que se están reproduciendo en el interior del cerebro sus propias imágenes y contenidos, en general compatibles o relacionadas con las que llegan del DRV.

Genial, ¿no?. Y este proceso de reproducción de vivencias virtuales abre un sinfín de melones, al poder variar los contenidos, las fuentes, los retardos, los lapsos sin información que son rellenados por el propio cerebro, etc.

También alerta sobre lo frágil que se torna estar seguro de algo en esto de la mente, ya que a este paso en poco tiempo no quedarán en nuestros cerebros de chorlito genuinas emociones o recuerdos, sino mentiras piadosas fabricadas a mayor loa de la clase política y social dominante o de las multinacionales de los recuerdos políticamente correctos…

La prueba

Los dos implantes se realizan en la misma intervención, con artroscopia mínimanente invasiva. En Bremen me entretuve en leer antes de la cirujía las 34 páginas de advertencias y recomendaciones sobre la misma. Tuve que apelar a la parte kamikaze que todos llevamos dentro, a la ingente Fianza depositada que perdería si renunciaba a la operación, y a San Expedito, patrono de los imposibles, para no salir por piernas de la Clínica, en un hasta luego, Lucas; tal es la retahíla de efectos secundarios, daños cerebrales, infecciones, errores humanos previstos y no previstos con los que los angelitos se curan en salud para que firmes la autorización.

Normalmente no perforan el cráneo por ningún sitio, ya que aprovechan las comisuras de las fontanelas como via de entrada para introducir con una cánula finísima el dispositivo. A las 2 semanas apenas queda una minúscula señal de la incisión en la parte alta de la frente.

Tras el implante los técnicos te someten a una prueba de ajuste de parámetros y sintonización, se supone que para calibrar los conectores de las terminaciones, ajustar intensidades y frecuencias tanto de los impulsos que llegan al dispositivo como de los que a su vez emite, y, sobre todo, para comprobar la eficacia del dispositivo implantado a la hora de superponer imágenes en el cerebro, confundiéndolo, suplantando sus funciones y haciéndole sentir/percibir múltiples sensaciones inducidas desde el exterior.

En mi caso la prueba se realizó a los dos días de la intervención, no en la Clínica, sino cerca, en una amplia sala de las dependencias de la “Praxis fur Verhaltenstherapie”, algo así como una Unidad de terapias de comportamiento, donde trabajan conjuntamente la Clínica y los de RECBRAIN, con las paredes y el techo completamente grises, iluminación cenital, numerosos ordenadores, pantallas, escáneres e instrumentos varios, con un mobiliario minimalista pero agradable y ergonómico.

Me colocaron uno de esos gorros salpicados de sensores y cables y permanecí acostado la mayor parte del tiempo, a ratos me incorporaba, a ratos prefería sentarme frente a una cristalera opaca como las de los interrogatorios en las películas, de esas que colocan para observar desde la sala contigua sin ser vistos, y todo ello bajo la supervisión al menos que yo contase de una enfermera, dos analistas de programación de la compañía, el neurocirujano y otro médico, y yo diría que un administrativo de la Clínica, o un representante legal de alguna de las partes, por la desgana y la pinta de no sé qué estoy haciendo aquí, esto no va conmigo, que tenía.

Cuando inicié la prueba no sabía a qué me iba a enfrentar, más allá de las advertencias previas de rigor sobre la duración,  que no era previsible que sintiese molestias o dolores, que podría experimentar puntualmente algún mareo durante la prueba, y que en algunos casos aparecían leves migrañas de adaptación en los primeros minutos; que era preferible que permaneciese con los ojos cerrados todo el tiempo, y que al finalizar la experiencia de inducción me someterían a un extenso interrogatorio, de duración imprevisible a tenor de los resultados.

Además de estas explicaciones verbales, una vez dentro de la sala emitieron un extenso video explicativo sobre la prueba, sus objetivos, posibles sensaciones, protocolos de actuación frente a situaciones inesperadas, etc, y ejemplos modulares de entrevistas ya realizadas en las que se apreciaba la complejidad de la interacción paciente – especialistas que me pareció muy profesional y didáctico.

El meollo de la prueba consistió en la liberación en la caja maestra de recuerdos DRV, situada a corta distancia de mi cabeza, de una experiencia preprogramada. Por algunos detalles que se comentaron al finalizar, yo diría que se trataba de una experiencia con el sello Basov, aunque no quisieron confirmármelo.

Enseguida me sentí transportado a un viaje, con imágenes que se inician en una vía de tren elevada sobre la que circula una especie de vagón corto sin asientos, con barras verticales para asirse como en el metro, con amplios ventanales desde los que se divisa un conjunto armonioso de lo que podría ser una población de montaña, cuyo paisaje en absoluto me resultaba familiiar.

Parecía el comienzo del atardecer, algo nublado pero con luz suficiente, con un terreno salpicado de colinas, no muchas casas de una o dos alturas a lo sumo, bastante vegetación en forma de parches de praderas verdes, escaso arbolado, y ningún vehículo a la vista, lo que me causa una cierta sorpresa.

Mi cerebro (lo denomino así ante la enorme confusión que tengo sobre qué parte de mi psique es la que funciona, y en qué medida es mía o es prestada) registra una situación paradójica, fruto de las percepciones que estoy “experimentando”, y entre ellas una sensación “extraña”, impropia de mí universo de sensaciones: un profundo contraste entre el escenario fijo (el paisaje, las casas) y el escenario móvil (el vagón en el que viajo).

En el carruaje aparezco próximo a una de las 4 esquinas, concretamente en el sentido de la marcha la próxima a la zona delantera más alejada del andén y mirando hacia éste. Podemos estar unas 10 o 15 personas al total en el recinto, no parecen ser relevantes en la escena, ni se escucha conversación alguna (más tarde caí en la cuenta de que no escuché sonidos en toda la experiencia, claro indicio de que algo no había funcionado correctamente).

La mirada se posa caprichosa ora dentro del vagón, ora fuera, vaga algo perdida, con dificultad para centrarse, desconcertada por lo que ve, picoteando detalles de aquí y de allá, sin llegar a ser cotilla, sino más bien curiosa.

Entonces aparece ella en la imagen, justo delante de mí, dándome la espalda, ladeada, a escasos centímetros, su rostro casi pegado al cristal, mirando hacia el exterior.

Exhibe esa melena azabache, lisa y kilométrica, inconfundible, que me transporta a momentos en los que ha yacido sobre mí y su cabello se desparrama con elegancia sobre mi rostro; lleva puestos unos pantalones semielásticos muy ajustados a juego con la melena y un jersey fino ceñido de cuello vuelto, de tonalidad gris perla, acanalado con una exigua separación entre estrías. Pantalones y jersey resaltan sus proporcionadas formas.

Presenta las manos desnudas y el porte confiado, sereno. No lleva bolso, ni carpetas.

Toda ella es preciosa. Todo en ella es un imán. No existe movimiento, perfume, vestido o complemento que adosado a su cuerpo no multiplique su atracción.

¿A qué clase de conjuro he sucumbido para que mis brazos deseen bajar a las vías y actuar de frenos del vagón?; ¿para que mis pies no recuerden ni el destino al que me dirijo ni las pisadas que me preceden?

Estoy contando todo esto y sigo tan sorprendido como aquel día. ¿Cómo habían conseguido incrustar entre esos recuerdos fabricados las imágenes de mi amada?

Lo cierto es que allí estaba como protagonista de la historia, la mujer que me quita lo que no tengo, la que pone mis sentidos en alerta, la que conjuga verbos ilegibles y devora cualquier plan que con ella trace; y toda la escena se concentró de repente en una pequeña zona de esta esquina del vagón, donde mi mano izquierda se apoyó con suavidad en su costado izquierdo y subiendo lentamente hasta encontrarse con el seno, sujetándolo con firmeza, notando en las yemas de los dedos los relieves del sujetador y compartiendo con él funciones y fantasías.

Mi mirada estaba clavada en la parte izquierda de su cara, a mis ojos perfilada, y en su ojo izquierdo, enfocado hacia delante, un ojo rasgado y enigmático, un ojo de quien se sabe deseada y deseante, un ojo que no tiene todas las respuestas pero que concita numerosas preguntas.

No hubo reacción a mi contacto, todo transcurrió muy rápido, sentí que un impulso me sugería extender a continuación mi brazo derecho para rodear su torso, adelantarlo hasta coger su pecho derecho por delante con mi mano extendida, y presionar esa mano, ese pecho, ese cuerpo hacia el mío, hasta que no hubiese corriente de aire entre su espalda y mi tronco, hasta que  el vagón, y los planetas con sus lunas,  y los corazones de los dos, cual si hubiesen latido como uno solo, se detuviesen todos para perpetuar ese instante mágico, esa creación de nuevas partículas, de nuevos seres, ella renacida, yo renovado.

No fue eso lo que pasó; pequeñas fluctuaciones pueden provocar inesperados revuelos, postulan los del caos, o no, no estoy seguro, aunque el balance final no difiere mucho del que se deriva de ese recorrido al que me he referido como un impulso arrollador.

En su lugar, y mientras mi mano izquierda mantenía la posición y la moral elevada, mi mano derecha se posó sobre su costado derecho, por encima de la cintura y el tacto con el suave jersey gris se prolongó a la par que la mano ascendía hacia su pecho, como antes lo hizo su hermana. No llegó hasta él. Se detuvo prudentemente como lo haría una embajadora que presenta credenciales. La mano trató de evitarle a la bella mujer una sensación incómoda, de excesiva intromisión.

En esa posición, con los dos cuerpos muy cercanos, con mis dos manos ocupadas y mis ojos escudriñando cuanto acontecía a corta distancia,  ajenos al vagón, al pueblo y al atardecer, contemplé cómo su cabeza se alzaba casi imperceptiblemente, y su ojo izquierdo, el único al que yo tenía acceso, se cerraba muy lentamente, como si toda ella estuviese saboreando esos instantes, como si estuviese haciendo un esfuerzo por contener las muestras de satisfacción y reducir evidencias esparcidas por doquier: gesto de arrobamiento, mejilla ligeramente sonrojada e hinchada, ligero temblor corporal, casi imperceptible, tenue desplazamiento hacia mi eje.

¿Qué podría decir de esos momentos? Cuando me preguntaron qué sentía me resultó difícil concretar, por qué no decirlo, sincerarme. Todo era tan sugerente, tan inabarcable, tan innombrable, todo me conducía a un sinfín de tan idílicas sensaciones que las palabras se escondían, rehuían toda cita.

Les dije, tratando de aportar algo de luz: “Yo sé que tú estás gozando y que sabes que yo lo sé; y que sé que tu sabes lo que yo sé de tí; y que te complace que yo lo sepa; y conoces que tu gozo dispara mi gozo, lo embrutece y lo encadena, convirtiendo estos momentos contigo en una prisión de la que no quiero ser liberado”.

No se me ocurrió describirlo de otra manera, y les destaqué la marea de sensaciones libidinosas, placenteras que yo mismo atribuí a una liberación interna de drogas como la dopamina o la oxitocina y la serotonina,

Con estas explicaciones conseguí desviar la atención de los especialistas sobre ese corto escalofrío que recorrió mi cuerpo entero, hacia el final de la prueba, como una ráfaga de duda, sobre el verdadero significado de la enigmática sonrisa de mi amada en el vagón, que bien pudiera estar jugando conmigo, ¡quién sabe si con un propósito o simplemente por el placer de jugar!, haciéndome creer que había mucho más tras los temblores y tras el goce, que se escondía un mundo por descubrir, al que estaba invitado, que ella me elegía para ello, para descender a las profundidades abisales y encontrarla, a ella, en su esencia, al margen de la mujer que evoluciona con desparpajo sobre la superficie.

Tras la escena descrita y a escasos centímetros de mi posición, el vagón estaba abierto. Parecía un ascensor sin puertas. Se distinguían nítidamente los bordes metálicos, las pegatinas aclaratorias, el vacío al otro lado.

No sentí miedo, ni sensación de peligro. Rápidamente evalué que mi compañera estaba a salvo y yo también mientras no nos moviéramos. El resto de la gente me era indiferente. Por otra parte existía un puntal, una barra de sujeción entre mi posición y la zona abierta del vagón, al alcance de mi brazo derecho, que reforzaba la sensación de seguridad.

En este punto, en la revisión posterior, los analistas debatieron con intensidad, y manifestaron dudas que llevaron a controversia sobre las actuaciones a acometer para corregir no sé muy bien qué aspectos técnicos que tenían que ver, deduzco, o bien con esa aparente indiferencia ante un peligro real que yo manifestaba al relatar la experiencia, o bien con la incorporación por parte de mi cerebro en la vivencia de un elemento peligroso que no estaba originalmente en el programa encapsulado que me habían hecho revivir.

Continuando con la vivencia, la siguiente escena se desarrolla fuera del vagón, se produce por tanto una discontinuidad, aparecen distintas personas sentadas en una sala de espera, quizás de una estación de autobuses o de un andén, en disposición circular con una zona central de asientos también redonda. Allí me dirijo en busca de mi compañera, y la busco con insistencia sin encontrarla.

Mi búsqueda despierta el interés de varios de los presentes, y al cabo de unos segundos detecto sonrisas, en lo que parece una señal de que saben algo más que yo. En efecto, al poco termino por caer en la cuenta de que mi compañera está sentada en un extremo de la fila circular que rodea la zona central, me observa callada y sonriente, como si llevase tiempo haciéndolo, y los asientos que la escoltan a ambos lados están vacíos, circunstancia que aprovecho para dejarme caer en uno de ellos teatreramente y sonreírle mostrando la enorme satisfacción por haberla encontrado.

Me resulta curioso que al comentarlo no recordaba a qué lado me senté. Esta falta de concreción la interpreté como un aviso de la importancia que yo le daba a estar a su lado, diestra o siniestra, tanto da. Mis evaluadores no compartían estas reflexiones.

La discontinuidad entre la escena del vagón y la de la sala de espera provocó no pocos quebraderos de cabeza en el equipo de seguimiento de la prueba. Las opiniones no coincidían, pero todos estaban de acuerdo en que se trataba de otra anomalía, a sumar a las de la ausencia de sonido y a la del peligro gratuito.

Fuera el que fuese el origen de las anomalías detectadas, el equipo se puso a ello con diligencia y en unos días tenían las oportunas correcciones incorporadas al dispositivo. No fue necesaria otra intervención. Al parecer el dispositivo principal incorpora un set de inicialización controlable a distancia tan completo que en la mayor parte de las modificaciones a realizar por disfunciones en el comportamiento no se precisa reubicar el dispositivo o extraerlo para ajustes de configuración.

Y aquí me tenéis, cual chaval con zapatos nuevos, disfrutando de algunas de las vivencias que este portentoso fabricante de recuerdos, Grigori, ha puesto a mi alcance. Las olvido mucho antes de las dos semanas que supuestamente prometieron, pero no me importa, las puedo visualizar o “recordar” otra vez si me apetece, y cada recuerdo me sorprende con pequeñas y jugosas diferencias.

He seleccionado y visto pocas hasta hoy; duran entre 12 y 25 minutos a lo sumo las de Grigori Basov (y por ahora ni pruebo ni estoy interesado en otras). En el mercado las hay de hasta dos horas de duración ininterrumpida, obra de otros programadores.

La diferencia reside en la ingente cantidad de información por escena que almacenan las de Basov, que en lugar de utilizar técnicas de barrido del espacio (rasterización) utiliza, para cada nodo o punto del espacio a reproducir, un cálculo vectorial, como un apuntador láser de los campos de fútbol, que se dirige hacia las coordenadas del punto a reproducir con total exactitud, mientras que en el barrido con ráster los saltos discretos difuminan algo la imagen (y ahorran datos almacenados, claro).

De los cartuchos que he probado estoy impresionado con retazos de un fin de semana con caballos y kayak, en un entorno natural, con escenas superpuestas en collage de gran realismo, pero sobre todo me ha fascinado el recuerdo “Encuentro con vainilla y Van Morrison”.

Les ha quedado muy lograda la escena del dormitorio en la que una mujer voluptuosa, inteligente, resuelta, interacciona con el receptor, protagonizando una conversación abierta y sincera sobre las vidas de ambos que evoluciona sutilmente hacia una cópula.

Como sujeto que recuerda le comento a ella entre otras cosas que esa idea bastante extendida de que amar sin esperar nada a cambio, sería la forma suprema o superlativa de amar, llena de generosidad, es una idea muy bonita en los cuentos de hadas y en las películas de mensaje y moralina. En la vida real, un amor maduro exige un delicado equilibrio entre dar y recibir, porque todo aquello que no es mutuo, recíproco, acaba siendo tóxico.

La mujer replica con sabiduría y dibuja sonrisas por oleadas. No compromete sus opciones, ni se muestra tajante en opiniones; rezuma dulzura en el habla, suavidad en las formas y en el tacto, provocación en la mirada.

La presencia de esta mujer en la fantasía recuerdo la convierte en una compañera de afinidades, de verdades y de silencios, ¡quién sabe de qué más es capaz de acompañarme en este viaje! . Consigue estimularme de tal forma que afortunado en la noche me lleva a decirle: “Yo aprendo contigo una matemática alternativa: la de esa geometría de tu cuerpo que me llena boca y manos de teoremas temblorosos”.

Protegidos por la penumbra oscilante que proyecta la nerviosa llama de una vela de vainilla prendida que vigila la escena en calma, los cuerpos se entrelazan y se buscan, sus comandantes parlotean, intercambian reflexiones y abrazos, lanzan sedales, se van haciendo preguntas, dan relevo y descanso a los guardianes de la moral, practican licnomancia entre beso y beso, hasta que, bien entrada la noche, con la balada Tupelo Honey de Van Morrison como testigo, los cuerpos se presentan desnudos para aplacar ese soplo de calor repentino que ha surgido del contacto y ella da un paso al frente decidido y se entrega por primera vez, voluntariamente,  en la que parece ser, y así se lo hace sentir intensamente al que experimenta, una entrega que va más allá de lo físico, que está llamada a encender pebeteros perdurables, a sellar lazos de profunda significación, a perdonar errores y carencias, a remover voluntades.

La mujer no ha dejado de hablar, o bien en silencio, o bien con seductoras confesiones, y ahora pasa a hablarle con el cuerpo, que se estremece, que se arquea ligeramente, que busca el contacto con el pene y a su roce se retira, para volver a acercarse, para tantear, para perder el miedo, y con toda la escena de lascivia contenida acierta susurrarme al oído algo así como: “Sé que me puedes hacer daño, que soy vulnerable, pero soy toda tuya, sigo tu deseo, lo hago realidad abriéndome para tí, dejando que entres en mí mientras yo desaparezco, mientras dejo que mis gemidos sean todo cuanto importa”.

Acurrucada en un lado de la cama, ofreciendo la espalda de su cuerpo de seda algo tembloroso y empapado de deseo, la mujer me manifiesta su temor y a la vez con su mano derecha y los dedos separados, boca abajo ladeada como está, acaricia con suavidad, acerca y retira el miembro hacia y de su trasero, juguetea con la puntita, lo coloca en la entrada, le pide la contraseña, no se acuerda, ahora sí, tendrá que contestar unas preguntas, no pensé que sería tan tímido, Dios mío, qué grande está!, si quieres lo dejamos, no sé muy bien qué es lo que quiero, abrázame! no me dejes sola, por favor, no me olvides…

Dicen que los recuerdos son el perfume del alma. Todos estos han quedado impregnados en un grato olor a vainilla.