Modelo en Africa

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La foto merece ser observada varias veces, ya que, tras un primer fogonazo que atrapa la mirada hacia la fémina, surge enseguida una sospecha indefinida de que algo no cuadra en la composición, aunque se trate de una foto muy preparada del Wall Street Journal.

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Podría tratarse de una escena en algún rincón del parque keniata Massai Mara, o del idílico Serenguetti, con ese horizonte desenfocado dejando traslucir acacias típicas de la sabana africana, y con la hierba crecida y abundante, lista para servir de festín a los numerosos herbívoros que no aparecen en la foto, pero que sin duda están ahí, expectantes o indiferentes, pero con muchos más derechos que la modelo sobre el territorio enmarcado.

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La composición incluye:

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– Terreno espacioso con hierba crecida

– Camino de tierra para jeeps o similares, muy marcado, indicando tránsito frecuente

– Arboles de la misma familia

– Una modelo

– Ropa y complementos

– Luz de atardecer

– Sombra alargada

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Pocas mujeres creo que se atreverían a caminar por las sabanas africanas con unas botas de Gianvito de 2.000 $, y el body tan ajustado, por excesivo, sobre unas piernas sin fin metáfora de los cuellos de las jirafas retiradas de la escena, y que resulta más propio de una situación de máxima seducción en un local cerrado con acompañantes incluidos que de un paseo por el campo, por no hablar de ese pedazo de cinturón, tan ancho, tan voluptuoso y tan ajustado a la vez que sugiere un cuerpo indómito, difícil de domesticar, desproporcionado por valioso ceñido a su textura.

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Al poncho vintage si le veo sentido, pues además de sentarle de maravilla y de concitar mi simpatía más amplia, es de notar que la temperatura desciende bruscamente según anochece por esos lares y le da a la chica un aire desenfadado y chic, una nota de calidez y de color como contraste a otro tipo de frialdad que capto, aquélla que a menudo se asocia a los felinos.

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¿será la modelo una depredadora?, ¿habrá ahuyentado con su rubia melena a los herbívoros?, ¿nos acabará ahuyentando a nosotros?, ¿seremos nosotros los animales en peligro?.

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La frialdad asomaba en el semblante de esta gacela desde hacía tiempo, cuando adolescente modelaba en los estudios y pasarelas neoyorquinos, y modelaba su carácter y ambiciones, y modelaba sus fobias y sus filias, y quedó por fin instalada en el rostro de la chica en cuanto ésta entendió que al ser la elegida para viajar y protagonizar el reportaje, accedía al nirvana de sus sueños, se convertía en triunfadora, en modelo profesional.

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Ese triunfo reafirmó su decisión, dio sentido a multitud de privaciones, a historias de vómitos, de fragilidad emocional, de pesarse reiteradamente, de racionar los alimentos meticulosamente, de realizar ejercicio en exceso, de un aislarse socialmente para evitar ágapes o festejos donde se sirve comida, de bailar con la depresión, de sentirse sin energía y sentir frío frecuentemente.

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¿Qué podría reflejar sino frío cuando el frío ha sido su asiduo compañero?.

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Nuestra protagonista se cree a salvo de todo eso, o quizás ya no le importa demasiado continuar de rehén de tantas cárceles adelgazantes, y se muestra engalanada y altiva con lo que ella cree que son sus mejores atributos, para despertar la envidia de sus pares, la codicia del macho, y la de otro macho alfa, y otro… si es que aparece en la subasta imaginaria y permanente en la que se instala cada mañana, para despertar el hambre de posesión, la mentira de un amor.

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En su rostro no se aprecia ningún surco, ninguna grieta, en sus uñas no aparece ninguna señal que delate, como en numerosos casos que nos horrorizan, las lacras de la anorexia, de la bulimia, los estigmas dolorosos que atenazan el ámbito familiar amén del personal.

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Al contemplar a la modelo, sus rasgos y su esbelta figura se van transformando en mi mente en el cuerpo y rasgos de cada una de las prometedoras crisálidas adolescentes torpemente malogradas en nuestras ciudades, que van arrastrando a posteriori una vida de sufrimiento, de desencanto, de rechazo de sí mismas, malnutridas, incompletas, distorsionadas.

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Son más de 28.000 jóvenes al año sólo en nuestro país, la inmensa mayoría féminas, los que padecen este tipo de trastornos de conducta, y su número se incrementa cada año, ante el estupor y el impacto de padres, educadores y médicos, bajando en algunos casos hasta los tempranos 9 años la edad de aparición de los síntomas y las miopías (de unos, de otras).

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La reflexión, que se ha decantado inicialmente por los derroteros del hambre-mujer, podría haber maridado con el entorno natural, al hilo de las hebras de hierba, de los pastos, de los troncos y brotes de acacias amenazados, con las dificultades que sin duda tienen los paisajes semi-vírgenes como el de la foto para mantener el ecosistema libre de la presión humana, del avance inexorable de la población indígena que necesita plantar y cultivar nuevos terrenos arrebatándoselos a los animales ancestrales, alterando gravemente el equilibrio de las especies.

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Pero este discurso alternativo me llevaría a detectar en la foto agridulces resonancias de lo que falta en ella, de lo que no vemos, de cuántos vehículos y camiones profanan esos parajes a diario, de lo que no se hace, de la perniciosa influencia del ser humano en la conservación de la naturaleza, de la peligrosa complacencia de nuestra sociedad en programar y potenciar hermosas doncellas esclavas del simbolismo de Hermès.

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La escena refleja una calma tensa.

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De la bruma posterior por efecto del enfoque destaca en primer plano la bella, en una pose confiada, altiva, desafiante. La bella no tiene contrapunto, no le dan réplica.

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Se diría que la ausencia de bestias, al atardecer, siembra en el ambiente semillas de inquietud que se transmiten hacia nosotros, que terminan por helarnos los huesos con un escalofrío tenaz y prolongado.

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Las bestias se han tomado un descanso, el día ha sido pródigo en sangre.

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Se aprecia por esa tenue pero insistente presencia de tonos rojos que impregna la foto, que contrasta con los verdes. Sin duda se trata de un filtro, pero sospecho que La hierba alta y frondosa oculta en la foto los cuerpos sin vida de decenas de niños, de mujeres, de ancianos, pasados a cuchillo, rematados a destajo.

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Decenas de cuerpos de hombres mutilados, hechos jirones por los nuevos reyes de la selva-sabana, por los nuevos leones con las garras afiladas de sables, machetes y kalashnikov.

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La lucha por la supervivencia del más fuerte, en connivencia con la avaricia de ciertas tribus del Norte civilizado, ha traido al corazón de Africa instrumentos de desgarro con los que se aniquilan tribus enteras, con los que se entronizan nuevos amos, con los que mirar la foto de frente ya nos resulta imposible, y acabamos mirando de soslayo.

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No sabemos si la modelo, que forma parte de una tribu que se desplaza en helicóptero y está habituada a resistir 3 días sin comer, pero necesita al menos una ducha diaria y crema exfoliante, está al tanto de las crueles matanzas, o bien presiente que sus botas de caña alta knee-high acabarán enfangadas y viscosas, tatuadas de hematíes de infantes, o tan sólo ha llegado para hacer recuento de los despojos, una auditoría de la muerte, ella, que tanto parece apelar a la vida con su cuerpo, que tanto dignifica y realza la sublime fragilidad de la vida…

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La foto rezuma exuberancia de alimento, de belleza, se nos muestra en su punto de sazón aquél alimento real o imaginario que puede ser digerido o deseado, tanto con la mirada como con el aparato digestivo.

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La foto pretende en cierto punto provocar, agitar el mundo de los deseos con el trasfondo de la vida salvaje (viaje, safari, caza, caza de la hembra), que, por deseos, atávicos o no, son en esencia insatisfechos.

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Pero nos oculta, nos sustrae en la imagen de esa vida salvaje los trazos y secuelas, la carroña, los despojos humanos que a uno y otro lado del océano se quedaron sin triunfar, sin crecer, entregaron su vida sin más.

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La foto, en resumen, nos habla de la comida, de la que aprovechará a los ungulados en las praderas y a las jirafas en las copas de las acacias, de la que se privó bajo presión la del poncho, de la que vomitaron o rechazaron sus cientos de émulas y competidoras que no aparecen en la foto, de la que fue escatimada a los habitantes de esas tierras, a la fuerza, de la que en su día brotará con los nutrientes de los cuerpos que tamizan la superficie del valle.

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Antonio Crucelaegui blog 2016